Fue ayer, practica y políticamente, cuando Rajoy, apoyándose en su ínclito y sabio primo, cuestionaba el cambio climático y se mofaba, con su sorna habitual, de la alerta y alarma de los activistas y científicos por la cercanía de una quiebra irreversible del medioambiente. No sabemos si no era consciente de la realidad o si, simplemente, se la pasaba por el arco de triunfo para defenderse de las críticas y demandas ecologistas. En todo caso, consideraba que podía permitirse el chascarrillo dado el bajo grado de consciencia que había sobre el problema. Creo que hoy no podría hacerlo tan impunemente, como bien ha demostrado su conmilitón, el alcalde de Madrid, que, en menos que canta un gallo, pasó de depredador ecológico militante a ecologista radical. Semejante caída del caballo se explica por dos factores combinados: la presión social y un enorme y cínico relativismo ético y político. Quiere esto decir que, con cierta rapidez últimamente, la sociedad se va haciendo consciente de la grave fragilidad del medioambiente y por tanto de la misma especie humana y de que esta fragilidad se debe principalmente a la acción del ser humano sobre el medio.

A ser conscientes sobre lo que se nos viene encima ayuda mucho todo lo que se está haciendo: los estudios de los científicos, su divulgación, el debate social, las cumbres sobre el clima, la movilización de los niños y de los jóvenes como Greta Thunberg, muchas otras iniciativas y, sobre todo, espabila mucho al personal la que está cayendo con las alteraciones climáticas o el incremento de catástrofes naturales, pandemia incluida. Pero una cosa es ser consciente y otra, más decisiva para la toma de decisiones, es tomar conciencia. Lo primero, es el simple reconocimiento de la realidad y lo segundo, es la comprensión ética, moral y política de esa misma realidad y el consiguiente compromiso. A tomar conciencia, que es lo que hace posible la acción técnica, social y política, han de ayudarnos los activistas, las organizaciones cívicas, los partidos, los estados y las instituciones. Con solo la consciencia, podremos paliar y procrastinar el problema, pero no abordarlo con solvencia para  arbitrar soluciones o salidas. Será con la toma de conciencia cómo se podrá afrontar con éxito la quiebra del medioambiente, lo que implica saber y reconocer que es el modelo suicida de producción y de mercado y de consumo, impulsado por el capitalismo neoliberal, lo que está destruyendo el planeta y, en consecuencia, lo que hay que combatir y derrotar. Superar este diabólico modelo con una acción política global es la única salida. El reto está en conseguir la presión social suficiente para llegar a tiempo.

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