Es muy probable que el discurso navideño de El Rey bata este año todos los récords de audiencia. Esto será presentado por la prensa cortesana de este país, que es la de papel en su mayoría, como algo positivo e indicativo de que la Corona sigue contando con el apoyo irrestricto de la mayoría de los españoles. “Del pueblo español”, dirán, que encaja mejor con el vetusto lenguaje del mundillo monárquico. Los ditirambos al discurso sonarán como aquella loa de los súbditos al traje del rey desnudo, porque se percibirá, quizá como nunca antes, el color y el olor a falsedad de una parafernalia decadente y prácticamente amortizada. Sería lúcido, por parte de las direcciones del entramado mediático, caer en la cuenta de que la credibilidad de que gozaban otrora se está desmoronando y sería sensato que mojaran y levantaran el dedo para saber de donde viene ahora el viento.
La audiencia del discurso crecerá porque todo dios está pensando: “A ver qué dice éste ahora con el lío en que está metido”. Será curiosidad y expectación por saber cómo coño va a explicar que él no sabía nada de nada de los tejemanejes que se traían, prácticamente todos, en su casa desde hace la tira de años. A ver como explica lo de la renuncia a una herencia, todavía no otorgada, porque la pasta, siempre presuntamente, es de muy turbio origen; a ver como justifica que de ello se enteró hace más de un año y no dijo ni pío hasta que la cosa se destapó en medios, al principio fundamentalmente extranjeros, y que entonces decide retirarle la paga a su padre, lo que hace saltar por los aires “todos los presuntamente” que quieras. Parece que, para el hijo, ian judicatus est el asunto del padre. Que no me digan que la cosa no tiene su intríngulis y su morbo.
Si la legitimidad de origen de la Corona y de la Monarquía es lo que es, de la legitimidad de ejercicio ni hablamos.
Lo del crecimiento de la audiencia no es adhesión. Es curiosidad y morbo. Y, sobre todo, mucha expectación por ver como coño se puede explicar que él no se enteró de nada.