Tengo la impresión de que el Estado ha vuelto o está tratando de volver. No solo en España sino globalmente.

Prácticamente a partir de la caída del muro de Berlín, las grandes decisiones estratégicas sobre la vida personal y colectiva de la gente no las toman los representantes de la ciudadanía. Estos solo les dan forma jurídico-política. Las decisiones las toman, de facto, los capitostes de las finanzas en el seno de las grandes corporaciones. Es decir, la política pasa a ser la sirvienta de la economía. Algo así como lo que pasó, en la edad media sobre todo, cuando la filosofía se convirtió en criada de la teología y, digamos, que el “pensamiento mítico” se hizo hegemónico sobre “el pensamiento científico”. Esta supremacía de la economía y de los mercados se convirtió en doctrina y dogma predicada por los entusiastas Chicago-boys de Friedman y Harberger y aplicada “sin complejos” por Reagan y la Thatcher.

Se trataba de reducir al mínimo posible el Estado y de trasladar el poder real a las grandes corporaciones financieras, que se mueven como pez en el agua, en un “mercado libre” (realmente desregulado o regulado en función de sus intereses, es decir, salvaje) y en un mundo cada vez más globalizado y donde las instituciones políticas globales son muy débiles. El Estado merma y pierde fuerza y poder; la política se degrada y desprestigia; la política pasa a ser politiquería; la economía se convierte en religión; y los políticos en politiqueros, que se pierden en escaramuzas de bajo nivel y en espectáculos bochornosos. Es lugar común la comparación entre aquellos políticos “de antes”, capaces, con poder de decisión y altura técnica y política y los politiqueros “de ahora”, auténticos chiquilicuatres, con currículums falsificados y nivel de verdulería. La comparación puede resultar exagerada, pero tiene fundamento in re y es moneda común.

La crisis del 2008 enseñó la patita del fracaso rotundo del neoliberalismo y hubo de recurrirse a los estados e instituciones, pero como el asunto se presentó como una mera crisis financiera, los neoliberales consiguieron que no se desplazara el centro del poder real y se mantuviera en el dichoso “mercado”. Aunque algunos, como el mismísimo Sarkozy, le vieron las orejas al lobo e incluso hablaron de “refundación del capitalismo”. Pero en esta crisis, que es económica en el sentido más amplio y profundo del concepto, no están en juego solamente los mercados financieros sino la salud y la vida de millones personas, el modelo de producción, de distribución y de consumo de bienes y servicios, la superación de profundas brechas de desigualdad y la propia supervivencia de la especie y de la vida en el planeta. Y para afrontar estos retos no nació el neoliberalismo, que solo es útil para asegurar privilegios de minorías y acumular capital en sus manos. Por eso se está abriendo paso la idea de que el poder real debe volver a los Estados y a las instituciones democráticas internacionales y así pasar de la politiquería a la política. Hay que correr a gorrazos a los politiqueros para dejar sitio a los políticos. El Estado ha vuelto y ojalá se quede para jugar su papel institucional democrático, regulador, de impulso y de control. NI menos ni más.

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