El 30 de diciembre de 1969, Franco se dirigía a la nación, desde el palacio de El Pardo en su tradicional mensaje navideño: “Todo ha quedado atado y bien atado”, dijo, “con mi propuesta y la aprobación por las Cortes de la designación como sucesor, a título de Rey, del Príncipe D. Juan Carlos de Borbón”.
Este es el principal estigma, en su primera acepción, de la democracia española. Es la marca grabada a fuego en la piel de la Constitución del 78 que, ostensiblemente, la denigra. Esto trajo consigo graves anomalías que deturpan la normalidad democrática. Solo por poner un ejemplo que suele pasar desapercibido, nótese que el Jefe del Estado en España siempre ha sido un militar desde los años treinta del siglo pasado. Un cordón umbilical con la dictadura militar de Franco que nunca se ha logrado romper. Veremos ahora si la Princesa de Asturias, como antes su abuelo y su padre, asume la carrera militar como eje troncal de su formación para ser reina. Yo si fuera su madre trataría de educarla, también, para no serlo. Lo digo por el bien de la niña.
La Corona no es piedra angular de la democracia española, como se suele presentar por los adictos. La Corona es la cadena que nos ata o el yugo que nos unce a la dictadura y que altera la normalidad democrática para pervertirla. Por eso, tardará más o menos, pero la República será la única salida política racional y congruente con una democracia normalizada. Y no habrá una verdadera y seria reforma constitucional si no se aborda el establecimiento de la República. Entonces y también por ejemplo, “el mando supremo de las fuerzas armadas”, después de prácticamente un siglo, recaería sobre un civil. Como es natural en una democracia.
El ya entonces el republicano Cicerón, en su libro De officiis, que dedica a su hijo y se considera su testamento político, dejaba claro lo que se malogra en una dictadura: “Mientras el Estado aún era administrado por hombres que él mismo había escogido, dediqué mi energía y mis ideas a la res pública. Pero desde que todo cayó bajo la dominatio unius, no quedó espacio para el servicio público o para ejercer la autoridad”.