Los cristianos celebran hoy la resurrección de Jesús. Y no me extraña, ¿quien no lo celebraría, si una cosa así le sucediera a él o a alguien de la familia? Por bastante menos montamos juergas que “pa qué”.
La verdad es que, este asunto, es lo más difícil de tragar del cristianismo. En lo doctrinal, digo, porque en otras facetas también hay mucha cosa intragable. Pablo de Tarso, que siempre me pareció un fanático pero que de tonto no tenía un pelo, lo sabía bien y, por eso, se destapa en una de sus cartas (1Cor. 15) cogiendo el toro por los cuernos y lanzando, sin complejos como diría Aznar, un órdago a la grande: “ Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”, plantea el tío. Pues eso, pienso yo en buena lógica. Pero Pablo, no va por ahí, lo que hace es plantear una brutal disyuntiva, enfrentando descarada y abiertamente la realidad a la fe, para acojonar a sus seguidores y empujarlos a optar por la segunda. Son el dogma, la doctrina o la fe las que han de prevalecer sobre todo lo demás, sea lo que sea. Y realmente las confesiones cristianas lo han aprendido bien, y bien lo demuestran en sus relaciones, tan tormentosas, con la ciencia, la misma naturaleza, la ética o a la propia verdad objetiva u objetivada. Galileo puede ser el más conocido ejemplo histórico o la moral sexual el más sufrido ejemplo ético. Es algo muy parecido a lo que sucede con la corrupción del periodismo y que se sintetiza muy bien en aquella frase que pronuncia Tony Curtis, que actúa de periodista rastrero y sensacionalista en la película “La pícara solterona”: ¿No irás a dejar que la verdad te estropee un buen reportaje?”, dice y advierte el reportero. Es lo que, en el fondo, plantea el de Tarso: ¿No iras a dejar que la realidad, de que nunca ha resucitado nadie, te estropee la zona de confort de tus creencias que, además, te salvan?
Se me ocurre, para ilustrar este comentario, una foto donde Lila nos ofrece un trampantojo fotográfico: sugiriéndonos un paisaje nevado, con lo que, en realidad, es la espuma del Atlántico ebravecido en el puerto de A Guarda.