Son sables viejos, fláccidos y herrumbrosos pero pretenden hacer ruido. La cosa puede verse, razonablemente, como una mera algarada de cuatro militarotes jubilados, nostálgicos del franquismo, que vierten sus frustraciones en una carta a su jefe supremo, El Rey, apercibiéndolo de que España peligra con un Gobierno social-comunista. Es como si volvieran aquellos militares de los que decía Castelao que eran “o medo que mete medo”.

Primero fue un  grupo del Ejército del Aire y a renglón seguido la mitad de la XXIII promoción -años sesenta- de la Academia General Militar. Lo dicho, una pataleta poco relevante, si no fuera que pasados ya unos días no hay respuesta, ni valoración, ni la natural descalificación de  los militares activos. La respuesta de la institución militar ha sido y es, de momento nula. O al menos yo no he oído nada. Es como si los militares vigentes hiciesen silencio para que el ruido de los viejos sables fláccidos se pueda oír más, más lejos, más alto y mejor. ¿Y Margarita Robles, que siempre está al quite incluso para asuntos que no le competen como ministra?

Parece que un notable número de ex-militares y quizá de militares, a pesar de experiencias y academias, se morirán sin haber aprendido que es la ciudadanía la que legitima y decide la política, sea de derechas o de izquierdas, y la que delega el uso de las armas y de la fuerza para la defensa nacional, siempre bajo el  estricto mando civil, legítimo y legal de un Gobierno democrático.

Y es espeso el silencio de la institución militar y del mismo Rey quien debiera apresurarse, debidamente sancionado por el Gobierno, en salir al paso de la asonada de reservistas y jubilados militares y del silencio ominoso de la institución que comanda.

Puede parecer hiperbólico hablar de ruido de sables, sobre todo porque la movida no se ha producido en ninguna sala de banderas. Pero en esas salas de banderas hubo y hay demasiado silencio. Entonces, ¿de qué es se jodido ruido?

 

 

 

 

 

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