Creo que el   debate, en general y sobre todo en el seno de las izquierdas, es necesario, sano y útil. El debate entre las formaciones, colectivos, partidos, líderes y representantes, que   sitúan o se sitúan, a la izquierda del PSOE es incluso imprescindible para buscar la cooperación, la coordinación y la máxima unidad posible. También veo positivo y útil que ese debate sea “coram populo”, es decir, transparente y abierto a la opinión pública, para que así reflexionemos y aprendamos todos. Pero quede claro que digo el debate, no la mera bronca o la trifulca, preñadas de insidias, descalificaciones, exabruptos o advertencias amenazantes que son más propias de egocentrismos personalistas, de paranoias o de sectarismos.

Estoy pensando, naturalmente, en el estallido, un tanto estentóreo, de las naturales tensiones entre los aliados a la izquierda del PSOE, concretamente el que se produjo, tan “coram populo” por cierto, entre Pablo y Yolanda y que está sirviendo para desprestigiar a los contendientes, para rearmar a los adversarios y para avergonzar, desmotivar y desmoralizar a los amigos y partidarios de uno, de otra y de los dos.

El debate es sano y necesario, pero la forma en que está cristalizando este no parece adecuada y menos aún constructiva. Es necesario debatir, evidentemente, sobre  el sentido y contenido, el fondo y la forma de las alianzas y confluencias que se puedan construir; es lógico que se discuta qué papel han de jugar los partidos, las diversas instancias e incluso las personas  que compartan el proyecto; es natural que se consideren y reconsideren los tiempos, los pasos que se dan, lo que pueda hacer o no cada quien en cada una de las elecciones; es imprescindible que se dialogue sobre el contenido político del proyecto y sobre el aparato organizativo  que se precisa, y un largo etc., pero para todo esto está de más ese “tonito de jarrón chino” empleado, esas tutelas personalistas de las organizaciones, esas demandas altisonantes de respeto a los tutelados como si fueran incapaces de hacerse respetar, esa creencia, “pelín pretenciosa”, de que nada se debe a nadie, ese no aprecio para despreciar, esa amenaza solapada o el exabrupto puro y duro, porque nada de  todo esto es debate. Será bronca, trifulca o, en todo caso, una confrontación, tan esperpéntica e infantiloide, como perjudicial para todas las partes. Se impone pues el regreso al debate, a la discusión técnica y política, al respeto a las personas y a las formas y, en definitiva, a los argumentos rigurosos y desposeídos de “personalismo” que buscan acuerdo y consenso.

Se abre ahora un período electoral que requiere cooperación, unidad y, en su caso, “competencia virtuosa” entre todas las fuerzas e instancias inequívocamente democráticas, progresistas y de izquierdas para alcanzar gobiernos que puedan abordar con éxito los graves y complejos problemas que nos afligen: el cambio climático y la supervivencia de la especie, la reducción sostenida de las desigualdades sociales, la emancipación de la mujer y liquidación del patriarcado, la permanente mejora del Estado del bienestar y de los servicios públicos o las imprescindibles reformas  constitucionales, por citar los asuntos más importantes y perentorios. Y esto en la España de hoy día pasa por evitar que puedan gobernar las derechas, que aquí las más “moderadas” son neoliberales, nostálgicas del franquismo y adictas al nacional-catolicismo, y las más extremas claramente para-fascistas y que, además,  unas y otras no dudan en aliarse si huelen poder, como está ya comprobado.

Creo que lograr gobiernos progresistas y evitar los reaccionarios es, ahora, lo prioritario y lo que ha de condicionar los programas, las políticas, las alianzas y los debates de las izquierdas.

Debates, no trifulcas.

 

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