Seguramente que si preguntaran a Al Capone su opinión sobre la ley seca, se desharía en argumentos, incluso éticos y morales, para defenderla, pero sin esgrimir en público sus verdaderas razones: la enorme posibilidad de negocio, ilegal y altamente rentable, que la ley Volstead ofrecía a tipos como él. La prohibición era su gran negocio y fue el marco de la sangrienta  matanza  a tiro limpio que acabó con sus rivales en Chicago en 1929, lo que le permitió hacerse con el monopolio del alcohol.

También creo que, en cuanto se inicia el camino de la violencia, legal o ilegal, en nombre de principios o ideales que pueden parecer honorables y hasta justos, se entra fatalmente en un círculo de muerte que nos encanalla a todos, generando actos de crueldad salvaje que, fuera del remolino de la vileza,  resultan increíbles. Pienso, por ejemplo, en aquella decisión de las fuerzas aliadas en 1945 de bombardear salvajemente la ciudad de Dresde, cuando Alemania estaba prácticamente vencida y la guerra a punto de acabar. Aquella criminal decisión fue tomada en nombre de la lucha contra la barbarie nazi y costó la vida de miles de personas inocentes, con nulos resultados militares que no se pudieran haber obtenido de otra forma. Luego vendrían Hiroshima y Nagasaki.

Los regímenes totalitarios, presionados desde fuera, suelen desmoronarse, como de repente, cuando alguien implicado o cercano al régimen, reconoce y  denuncia el crimen. Algo así sucedió en 1956 cuando Nikita  Jrushchov, en su “discurso secreto” durante el XX Congreso del Partido, denunció y condenó los crímenes y las purgas de Stalin. Ahí se rompió con el estalinismo y empezó a desmoronarse el régimen soviético.

Las ideologías son construcciones humanas delicadas y muy expuestas a la contaminación. Sobre todo aquellas que, de forma solapada o abierta, tienden a presentarse como absolutas en sus conclusiones o únicas verdaderas en sus dogmas. Su patología es el fanatismo, que trae crueldad y violencia. En 1989 nos conmovió a todos la sentencia de muerte dictada, urbi et orbi, por el Ayatolá Jomeini contra Salma Rushdie  por haber puesto en solfa creencias del jerarca chií. Aquella debió de ser la primera condena globalizada a muerte por considerar a alguien blasfemo. A punto estuvo de cumplirse la ignominiosa sentencia treinta y tres años después.

La matanza de Chicago, el bombardeo de Dresde, le denuncia de Jrushchov y  la sentencia de Jomeini sucedieron, precisamente, el día de San Valentin, que es la fiesta romántico-comercial del amor y que, dicen, es la cristianización de las “Lupercalia”: nuestras antiguas fiestas de la fertilidad. Y también el “Día de la energía”. De la limpia y la renovable.

Mucha energía, sensatez, solidaridad y amor necesitaremos para evitar la corrupción de la ley que es el crimen, la corrupción de la convivencia que es la guerra, la corrupción de la política que es la dictadura y la plutocracia y la corrupción del pensamiento y de las ideologías que es el fanatismo.

 

Bella y significativa foto de LILA.

 

 

 

 

 

 

 

 

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