Tiene su sentido la táctica de Sánchez. Reunirse, coram populo, con los capitostes de la banca y las finanzas para apoyar la aprobación de unos presupuestos destinados a superar una situación aguda de crisis, es lógico y se entiende. Como también se puede agradecer que personalidades como la Sra. Botín se declaren dispuestas a arrimar el hombro para “la recuperación”, aún sabiendo que esto puede significar cosas distintas según quien lo diga. Bueno, admitamos pulpo como animal de compañía, pero esto  no puede hacernos olvidar ni los intereses y aspiraciones de las mayorías, ni la función social y ética del dinero, de los bienes y del fruto del trabajo, ni  los objetivos proclamados por los partidos y organizaciones de las izquierdas.

Porque la actual exclusión de la ciudadanía del mercado financiero tiene graves consecuencias y muy molestas, digámoslo sí, contradicciones. Si, pongamos por caso, uno es miembro activo  de Amnistía Internacional, socio de Greenpeace o simplemente una persona decente y tiene sus ahorros, su cuenta corriente o un crédito en la banca tradicional, lo que en realidad se está haciendo  con su dinero es invertir en negocios normales pero también en negocios que sostienen y apuntalan la tortura y la guerra, como pasa con Arabia Saudí,  en proyectos industriales que destruyen el medio ambiente sin el menor escrúpulo o simplemente en explotar o esclavizar a seres humanos. Es decir, el dinero es mío pero no lo controlo, o lo que es lo mismo, la relación ahorro-crédito-inversión la controla absolutamente la banca sin el menor sentido ético.

Tan verdad es esto que hasta  banqueros y economistas se percataron del crimen y decidieron, ya desde el siglo pasado, crear la llamada banca ética, que suena a oxímoron pero dice garantizar que sus inversiones nunca se harán en sectores “productivos” dedicados al crimen, a la guerra o a la destrucción del medio. Esta parece una salida a este conflicto ético que, aunque hoy es minoritaria y poco conocida, existe.  Pero con la banca tenemos otro problema incluso más grave: En sociedades complejas como la nuestra nadie puede vivir sin sujetarse a la dictadura de los bancos. No solo para guardar tu dinero, sino que has de recurrir al banco para todo:  para cobrar tu salario o para pagar recibos, multas o los impuestos. Ellos detentan, en régimen de oligopolio, la gestión de todos los servicios financieros que son imprescindibles para tu vida y ello los hace todopoderosos y arbitrarios a la hora de hacerte pagar o imponerte condiciones para realizar sus prestaciones. Esta dictadura de la banca es ya insoportable y se hace imprescindible que nos dotemos de servicios financieros públicos en que podamos guardar nuestro dinero y realizar nuestras operaciones. Esto es lo mínimo exigible para garantizar nuestra libre participación en el mercado financiero sin imposiciones bancarias que nos esquilman y llegan a atentar contra nuestra libertad y dignidad. Algo de esto lo hacían antes las cajas de ahorro, pero al corromperse, es decir, al “bancarizarse” han sido absorbidas, como es natural.

En alternativas a este monopolio y dictadura financiera es en lo que no pueden dejar de trabajar las izquierdas de este país, aunque tengan que sacar adelante unos presupuestos concretos. Las dos cosas son y deben ser compatibles.

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