En los últimos años del tardo-franquismo y primeros de la transición cuando se presentía o se debatía una nueva configuración territorial de España, florecían en el país toda suerte de independentismos, regionalismos, nacionalismos, cantonalismos o federalismos. Era el debate  anti-centralista y anti-jacobino que estigmatizó a Madrid como causa y principio de todos los males. Tanto, que Madrid llegó a ser el otro nombre, la metonimia de Estado o de Gobierno: “La culpa la tiene Madrid”, se decía; o “Madrid decidió esto o lo otro, prohibió aquello o lo que fuese”. Y había verdad en ello, pues en España, casi todo era,  y en buena parte sigue siendo, radial con Madrid en el centro: desde la red ferroviaria, hasta la programación de los bolos de los cómicos; desde el mapa de carreteras, hasta los flujos de la información mediática.

Pues bien, se cuenta  que en medio de aquel debate anti-centralista un grupo de gallegos, estudiantes de periodismo en Madrid, con el objetivo de dar respuesta política a las demandas nacionalistas, independentistas o autonómicas de la periferia, propuso salir a la Puerta del Sol en manifestación reclamando la “independencia para Madrid”. No sé si la estrambótica “manifa” se llegó a realizar o si solo fue una ocurrencia de alguien, que se convirtió en leyenda urbana, pero el hecho es que, en línea con la entonces surrealista demanda, Madrid se convirtió, por el reparto de la tarta autonómica, en una Comunidad autónoma, digamos contra natura, dada su evidente e histórica condición de villa perteneciente a la gran región castellano-manchega.

Esta condición central y centrípeta de Madrid, como capital del reino,  fue la que la llevo a convertirse en una macrociudad, en una suerte de  conurbación que es el epicentro de un gran movimiento constante, en espiral, que cubre a todo el país con miles y miles de personas, bienes y servicios que van y vienen todos los días entre el centro y las periferias. Esto es lo que hace importante y “capital” a Madrid y, en estos tiempos de pandemia, lo que la convierte en la ciudad más peligrosa de España para la expansión del virus. Por eso es natural la gran preocupación del Gobierno y de todo dios por lo que sucede en la capital. Y esta condición de punto sensible y delicado nada tiene que ver con Ayuso ni con presuntos ensañamientos contra Madrid que la pintoresca presidenta madrileña atribuye al bueno de Fernando Simón. Madrid es peligrosa con Ayuso o sin Ayuso y dijera lo que dijese Simón. Otra cosa es que la evidentemente nefasta gestión de la pandemia por parte del Gobierno de Ayuso agrave la situación. Y esto también es verdad. Y aquí no hay color político. La prueba es que la preocupación por Madrid es especialmente aguda en las Comunidades limítrofes, de todos los colores, que ven venir al lobo y presienten que van a sufrir las consecuencias del Madrid, peligroso en sí, y del Madrid de Ayuso, más peligroso todavía.

Madrid no alcanzará la independencia, como demandaban con retranca los estudiantes gallegos, pero sí es muy posible que consiga una cuarentena que reclame la cruda realidad.

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