Este 24 de Julio fue el día del alivio. Hasta podría instaurarse, como tal, esta fecha No fue ese día de entusiasmo y exaltación con que se celebra un triunfo o una victoria incontestable, pero es evidente que, “como una ola”, una sensación o sentimiento de alivio recorrió España. Tengo para mí que dos tercios de las mujeres y hombres, de todos los “colores”, de este país exhalaron un profundo suspiro de alivio, que los devolvió a un cierto sosiego y, sobre todo, los liberó del abatimiento y desazón, que presentían.

Aliviar es quitar de encima a alguien una parte del peso de una carga. Sigue la carga pero disminuye su peso. Aliviar es disminuir la fatiga, la enfermedad o el dolor del cuerpo o las aflicciones del ánimo. Se mitiga el dolor pero la dolencia persiste.

Sosegado el ánimo y mermado el peso de la carga podemos estar en mejores condiciones para evaluar con cierta sindéresis la situación.

Nos quitamos un buen peso de encima con el golpe asestado, en su línea de flotación, a la extrema derecha, convicta y confesa, pero es evidente que el lastre reaccionario persiste.  Un indicativo de ello es que gran parte de esa gente y de ese voto regresó a su buque nodriza, el PP, donde vivió y se alimentó durante cuarenta años en diabólica gestación. Buque nodriza hoy ya muy escorado a estribor, con lo que se producen dos efectos nefastos: la derecha extrema española, gravemente connotada por el nacional-catolicismo se hace con el partido conservador fortaleciendo lideratos reaccionarios, como el de Ayuso por ejemplo, y las familias conservadoras más democráticas, liberales o democristianas se quedan sin partido y sin expresión política. El PP es hoy un partido de derecha extrema sin complejos, sin escrúpulos y sin límites democráticos, capaz de cualquier cosa. Por eso no es de extrañar que, tras los ajustados resultados y ya en la misma noche electoral, haya habido caminantes que dicen haber visto, en los aledaños del cementerio azul, los fantasmas del “tamayazo”.

Mermó la fatiga y la aflicción de las dolencias de las izquierdas, fragmentadas, desmovilizadas y siempre tentadas por ese “todo o nada” tan estéril. Se pudo comprobar que la convergencia, la “competencia virtuosa” y la apertura de un espacio de saludables diálogo y unidad son eficaces y responden a los intereses, aspiraciones y esperanzas de las mayorías, pero aun así la enfermedad persiste. De hecho, comprobamos ya, tras el alivio, la exasperante precocidad conque reaparecen tensiones, tan innecesarias como esterilizantes, impulsadas desde cúpulas de algunas taifas irredentas que parecen dispuestas a poner palos en la misma “rueda de la fortuna”.  ¿Sufrirán estas malhadadas cúpulas el fatídico síndrome de Sansón: “Muera yo con los filisteos”?

Ojalá que el alivio no se reduzca a un simple y simplón respiro transitorio y sirva para librarnos de las cargas y dolencias que tanto daño a tantos causan y han causado.

Yo así lo veo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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