Os contaré una historia sencilla, pero real y viva
En los años ochenta del siglo pasado, mi amiga “puso” una tienda de ropa para la mujer. Entonces empezaban a llamarse boutiques. Trataba de buscarse la vida con un trabajo autónomo y lo más libre posible. Como ella, muchos emprendedores lo hicieron y, como a ella, a muchos las cosas les fueron bien.
Este tiempo de los primeros éxitos fue crucial. En cuanto se vio que la cosa marchaba, muchos aconsejaron a mi amiga que ampliara el negocio e incluso “pusiera” otra tienda, asumiendo la lógica de que los beneficios si no crecen indefinidamente, tienden fatalmente a desaparecer. Pero mi amiga no lo creyó así. Pensó que su objetivo no debía ser la búsqueda de más y más beneficios constantemente, sino tratar de conseguir y alcanzar el beneficio necesario y de forma sostenida.
Se planteó buscarse y fidelizar un número de clientas moderadamente creciente, con un poder adquisitivo medio pero permanente, con el límite cuantitativo de su capacidad de oferta y con el objetivo cualitativo de ayudar a que las mujeres se sintieran bien. Así evitaría un exceso alocado de trabajo que a ella le otorgaría comodidad laboral y la posibilidad de mejorar permanentemente la calidad del servicio a ofertar.
Esta estrategia le permitió, por ejemplo, poder pensar en sus clientas concretas a la hora de comprar y establecer una buena y segura relación comercial con sus proveedores, que verían en ella, a su vez, una clienta media pero segura, que nunca es bueno perder.
Supongo que los entendidos llamarán a esto un “negocio bien dimensionado”, pero mi amiga lo que en realidad buscaba era la dicha e incluso el placer en su trabajo y en su vida. No es nada extraño que, con este planteamiento a mi amiga le vaya bien. No extraordinariamente, pero sí moderadamente bien que, para los tiempos que corren, no es moco de pavo.
MI amiga lo sepa o no, es profundamente hedonista y aplica sabiamente, a su trabajo y a su vida, los saludables y racionales principios que explicó el gran Epicuro. Sus objetivos son la dicha y el placer con la máxima ausencia de dolor y de sufrimiento. Los placeres naturales imprescindibles para la vida y los necesarios para la dicha. Nunca los placeres excesivos y menos los superfluos, como el poder omnímodo, la riqueza sin límite o el prestigio vacío, porque solo traen dolor y desdicha. Es la moderación como elemento central de la prudencia o la “aurea mediócritas”, como sintetizó Horacio, otro gran hedonista.
Se trata de buscar siempre el placer razonable que nos libra y exime de miedos fundamentales: del miedo a los dioses, porque no sabemos realmente si existen, pero sí sabemos que no se entrometen, o del miedo a la muerte porque mientras vivimos no está y , cuando llega, no vivimos. Se trata, por lo tanto, de desarrollar nuestra vida personal rodeados de amigos, de placeres moderados, con los mínimos dolores posibles, sin miedos irracionales y con tranquilidad de espíritu: la ataraxia.
Como puede verse, esta forma de ver la vida es muy madura, muy de la mujer y radicalmente contraria a ese “no-pensamiento” único, vigente, compulsivo, patológico y delirante, que puede acabar con nosotros y con la especie misma.
No sé si, llegado un momento, esta crisis abisal hará caer también el negocio de mi amiga. No lo sé. Pero sí sé que ella no caerá, que su profundo hedonismo la salvará o será de las últimas en caer y, dado el caso, de las primeras en levantarse.
La tienda de mi amiga está en Compostela y se llama “SQUINA MODA”.