La Peregrinación Europea de la Juventud (PEJ) ni fue peregrinación, ni fue europea, ni fue de la juventud. En realidad fue una movilización de una “subespecie del catolicismo”, el nacional-catolicismo español, promovida por la Conferencia Episcopal Española (CEE). Lo de Peregrinación Europea de la Juventud puede considerarse, siendo benévolos, como un trampantojo como mucho, ya que realmente fue un fraude, dado que se presentó intencionadamente como algo que no fue, ni siquiera pretendía ser.

Una peregrinación es otra cosa. Es un viaje esforzado para vivir  una experiencia espiritual, religiosa o no, personal o comunitaria, que tiene como objetivo la transformación y maduración personal. Y de esto poco o nada tuvo la movida, que más bien fue un verdadero zafarrancho de masas juveniles convenientemente adoctrinadas que siguieron, fanatizados, la consigna de los organizadores: “¡Qué se note que estáis aquí!”. Y vaya si se notó…

Tampoco fue una movida europea. Los cerca de 12.000 participantes eran, prácticamente todos, españoles y solo había pequeñas representaciones de tres o cuatro países. Lo cual es lógico, dado que las subespecies suelen estar ligadas a un territorio y el nacional-catolicismo es netamente español, forjado en una sangrienta cruzada con cientos de miles de víctimas entre muertos, asesinados y represaliados. De ahí la hiperbólica  exhibición de la bandera de España, nada habitual en las peregrinaciones propiamente dichas.

Y, estrictamente, la PEJ tampoco fue cosa de la juventud. De hecho fue organizada, dirigida y tutelada en todo momento por la jerarquía católica española, especialmente senil ella, y apoyada por el papado que envió un representante oficial. La juventud fue solo carne de cañón o “clase de tropa” como diría Escrivá de Balaguer. Y mucho menos fue cosa de “la” juventud. Fue un grupo notable pero, incluso cuantitativamente, poco significativo. La juventud española de hoy son más de siete millones y medio de personas que, cualitativamente, nada tienen que ver con la movida episcopal.

En Santiago, salvo cuatro que creen ingenuamente que esto es negocio, la gente se sintió molesta e incluso agredida por la desmesura evidente de la muchachada y algunos se compadecían de la manipulación burda de los sueños y esperanzas de unos   críos, para conducirlos a la auto-represión personal al fanatismo, al dogmatismo y a la superstición. Y es verdad que habrá daños a estas personas, pero muchas de ellas se liberarán a lo largo de su vida por las vías del amor y del conocimiento. Con lo que, en realidad, la estrategia de la jerarquía nacional-católica fracasará, como fracasa cada día en la conciencia de la inmensa mayoría de los españoles. Y eso a pesar del desproporcionado poder que se le tolera a la jerarquía católica española, que tan arduamente, en alíanza con las fuerzas más reaccionarias del país, fomenta la debilidad de una democracia anémica para aprovecharse de ella.

La depuración de sus anacrónicos privilegios y el tratamiento democrático adecuado a la Iglesia, sigue siendo una asignatura pendiente de la democracia española.

 

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