Los símbolos nacionales de España y entre ellos su fiesta nacional despiertan escaso entusiasmo popular, cuando no el rechazo, abierto o discreto, de muchos ciudadanos. La gente percibe que estos símbolos están negativamente connotados de forma indeleble por la dictadura y solo alcanzan a representar o a conmover al  sector más reaccionario del país, que puede hacer mucho ruido pero es raquítico. Creo que esto es un efecto secundario muy dañino de haber superado la dictadura por la vía de la transición y no de la ruptura.

De hecho la bandera es la misma que con Franco, solo que cambiando el escudo del aguilucho imperial por el considerado más  monárquico;  el himno es el del franquismo, no tiene letra y los constituyentes tragaron el “chinda-chinda”; y en cuanto a la fiesta nacional se trató de amarrar la del doce de octubre, que fue día de la Raza y de la Hispanidad con Franco, Fiesta Nacional y Día de la Hispanidad tras la transición y la restauración borbónica y Fiesta  Nacional a secas a partir de 1987.

No se ha conseguido eliminar de nuestros símbolos patrios el gen de la dictadura y por eso hay tanta gente que pega un respingo interno cuando percibe que alguien luce una pulserita con la bandera nacional, porque entiende y siente que está ante un fachita, un simplón o, cuando menos, frente ante un nostálgico “da longa noite de pedra”.

En cuanto al 12 de Octubre, es una celebración predominantemente militar, escasamente civil, de contenido esencialmente reaccionario y en absoluto ciudadana o popular. Todo lo contrario a lo que sucede en muchos otros países, donde la fiesta nacional es fundamentalmente civil, cívica y de celebración popular.

Aquí, aunque tenemos un día específico de las fuerza armadas, también  en la fiesta nacional el acto central es un desfile militar que junto con los   actos políticos vip  cubren prácticamente toda la celebración. Parada militar, por cierto, que fue instaurada por Aznar junto con la reivindicación de la hispanidad como conquista, civilización y cristianización de América. Sin complejos, es decir, chuleándose, mucho más que del “descubrimiento”,  de la conquista americana, “del imperio hacia dios”, de la cruz y la espada y del sometimiento, cuando no genocidio, de tantos pueblos americanos. Es el mismo Aznar que, cuando nos llevó a la guerra de Irak, creía estar continuando “la reconquista”.

No es de extrañar, pues, que en España haya un desapego y desafecto, cuasi-general o al menos mayoritario, de los símbolos nacionales. Y esto habría que hacérselo mirar y tratarlo en las reformas constitucionales que se avecinan. Y no debe menospreciarse este asunto, eternamente pendiente y siempre infravalorado y mal resuelto, justo por ser algo simbólico.

Debemos de percatarnos de que el mundo de los símbolos es precisamente el líquido amniótico que ha permitido la supervivencia del gen de la reacción y de la dictadura. No hay más que ver cómo los Aznares, los Abascales, los Ayusos, sus sicarios como Cantó, los nostálgicos del franquismo y toda suerte de reaccionarios plantean siempre sus batallas en el espacio de los símbolos y chapotean en el odio, que es ese  lodo que da vida al gen de la dictadura

La enfermedad, ya crónica, de la democracia actual española es genética. Y mientras no se destruya el  agente patógeno, que es el gen de la dictadura, nuestra democracia no será sana ni plena. Eso creo.

 

 

 

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