Para mí que el tiempo es también una sensación. Digo yo, que no estoy seguro de nada. A mí me pasan más rápido las semanas que los días. Una sensación que inquieta.

¿Cómo nos pasa el tiempo estos días de confinamiento? Supongo que para muchos con gran lentitud, para otros con menos pero, en estas circunstancias, la mayoría desea que pase rapidito. Dicen que para volver a la normalidad. Pero si esto significa “volver a donde estábamos”, nunca a esa normalidad volveremos. También nos preguntamos “cuando” acabará esta crisis y nos responden que “pronto” o “más pronto que tarde”. Pero creo que tardaremos un tiempo, bastante tiempo, en salir de todo esto y, cuando eso suceda, estaremos en un lugar en donde nunca habíamos estado. “Sitio distinto”, donde la amenaza de crisis será lo ordinario, porque hemos roto algo en “el orden natural” que, en defensa propia, se rebela contra nuestra especie. Hemos roto algo y lo hemos hecho globalmente. Las plagas, las consecuencias del cambio climático y el agotamiento y fracaso de los paradigmas vigentes e incluso de los soñados son los estertores de un mundo que muere. Los niños y adolescentes de hoy, si hay suerte, serán los agentes y protagonistas de un nuevo paradigma global y los que nos puedan librar de que ese mundo, que muere, nos arrastre a todos. Y una cosa así llevará su tiempo. Bastante tiempo. Tiempo, sudor y lágrimas y, ojalá, no haya sangre o haya la menos posible. Siempre el tiempo, nuestra obsesión.

Recordé, aquí, el reloj de la hora itálica que Lila fotografió y que está, curiosamente, dentro del Duomo de Florencia. Los relojes suelen estar fuera, en las fachadas, pero en Florencia había que entrar a la catedral para ver la hora. Es un reloj que marca la llamada hora juliana, que era el modo de medir del calendario instaurado por Julio Cesar. En la esfera están las veinticuatro horas, pero la aguja gira en sentido contrario al de nuestros relojes y la hora XXIV está, abajo, donde “ las seis”. En este sistema, llamado de la “hora itálica”, no se empiezan a contar las horas del día a medianoche, sino a la puesta de sol. Momento en que la aguja del reloj debía marcar la hora prima. Esto requería que el reloj se pusiera en hora cada día, cuando el sol caía siguiendo el cauce del Arno. El tiempo, siempre el tiempo.

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