Vox entró en España como el siroco, ese viento fuerte del sur que suele traer la calima, que reduce la visibilidad, te seca la boca y no te deja respirar bien. Estamos, pues, en plena calima política y por eso vemos todo borroso y nos cuesta discernir los perfiles. Pero cuando llega ese nordés, tan del norte y tan gallego, que limpia los cielos y refresca el ambiente, respiramos y vemos mejor. En una atmósfera diáfana, percibiremos los verdaderos objetivos de una moción de censura, sin posibilidad alguna pero que trata de normalizar a Vox como un partido asumible en democracia e, incluso, con posibilidades de gobernar algún día.
Con el nordés veremos a Vox como lo que es: una criatura política del PP, que lo gestó en su seno, lo parió y trató de blanquearlo con los pactos de Andalucía para introducirlo en las instituciones. Esto blanqueará, o no, a Vox, pero inexorablemente ennegrece al PP, porque la nueva criatura será prueba evidente de que el gran partido de la derecha española fue, en su día, fecundado en perversa cópula por el franquismo. El PP, tras la relectura de la Constitución impuesta por el golpe del 23-F, se adaptó bien a la democracia descafeinada y pudo ocultar hasta ahora su vergonzoso embarazo, pero el alumbramiento en el paritorio andaluz descubre el pastel.
Afortunadamente para Vox, José María Aznar, que siempre cuidó y mimó, con discreción eso sí, la gestación del feto, volvió a hacerse con la sala de máquinas del partido a través de Pablo Casado, con lo que se aseguró la mejor asistencia al parto y el buen cuidado de la criatura recién nacida. Sin la asistencia del PP de Casado, Vox no sería nadie. Por muy rollizo que hubiese nacido, difícilmente sobreviviría y, en el mejor de los casos, sería una criatura con muy cortas expectativas. Pero una madre es una madre y Casado se volcó en la protección del neonato y logró la complicidad de Albert Ribera para que Ciudadanos ayudase también a la cría del recién nacido. La cosa trajo conflictos y tensiones en la nueva pareja andaluza, porque Ciudadanos se siente, a veces, molesto con la nueva criatura por lo atrabiliario de su origen y por su nefasta genética. Lo que pasa es que el régimen de gananciales, que el matrimonio PP-Cs mantiene en Andalucía, hace muy difícil la separación o divorcio, y los, ahora, de Inés Arrimadas tragan al niño, aunque en ocasiones se llenen de mierda en el cambio de pañales.
El nordés nos deja ver con nitidez que Vox, no siendo franquismo en sentido estricto, si es su engendro y, por tanto, son franquistas sin Franco. Son neo-franquistas. Por eso sus postulados son típicos de la vieja ultraderecha española más radical: En lo económico, servidores del gran capital, a quien tratan de librar de obligaciones e impuestos; en lo político, autoritarios y neoliberales, partidarios del Estado anoréxico que privatizaría todo lo rentable y atribuiría a lo público únicamente el uso del control, la censura y la fuerza para embridar a la población y reforzaría el sistema patriarcal combatiendo el feminismo y evitando la igualdad y la emancipación de las mujeres ; en lo institucional, monárquicos a toda costa, conservando la Corona, otorgada por Franco, como el nudo con que el dictador dejó “todo atado y bien atado”; en lo ético y moral abrazarían de nuevo y sin complejos, que diría Aznar, el nacionalcatolicismo con sus dogmas, sus ritos y sus valores; en lo social privatizarían los servicios públicos y la beneficencia sustituiría a los derechos sociales; y en lo cultural se trataría de regresar “á longa noite de pedra”, se adoptaría el revisionismo y el blanqueo del pasado franquista, la recuperación del espíritu de la reconquista y la imposición de las expresiones del nacionalismo español y de los modos castrenses y militaristas.
Esperemos que el nordés disipe la calima y desplace al siroco para que todos podamos respirar mejor.