Estas elecciones concretas no lo sé. Ya lo veremos el domingo. Pero la partida política que en realidad se juega está ganada, en el sentido de que el PP, que gobernó Galicia seis lustros, está agotado y no le queda otra que ceder el paso. El PP está política y estratégicamente acabado como lo demuestra el hecho de que su programa electoral puede sintetizarse en “que Galicia, Galicia, Galicia siga como está” y que poco hay que mejorar. Solo cosas de matiz. Su programa es simplemente el continuismo puro y duro y el país, aunque de momento pueda parecer lo contrario, esto no lo va a resistir, porque seguir quedándose tan atrás con respecto a las otras comunidades españolas y europeas empieza a ser insoportable. No lo va a resistir porque seguir precipitándonos en el deterioro de los servicios públicos, claves para Estado social y de bienestar, empieza a ser inaguantable. Como tampoco va a resistir Galicia el destrozo progresivo de la industria, del agro y de la pesca que el PP en 30 años fue incapaz de frenar y, mucho menos, de revertir. El PP no presenta programa nuevo o digno de tal nombre y se apunta al “¡virgencita que me quede como estoy!”. Y esta actitud política  es suicida, si tenemos  cuenta que en los tiempos  que corren, no está la cosa para encomendarse a la Virgen, como alternativa política.

Con todo, es posible que Feijóo logre, todavía y una vez más, renovar su mayoría absoluta, lo que se debería fundamentalmente a dos factores:  A la inercia defensiva de un aparato clientelar y caciquil, construido durante 30 años, que conserva un alto número de voto cautivo y ligado a intereses individuales o corporativos;  y a la incapacidad de las fuerzas de oposición para romper este entramado y para llegar convincentemente con sus propuestas al electorado. Podrá, por tanto, volver a ganar, pero el ciclo del PP en Galicia ha concluido y Feijóo y su equipo lo saben o lo intuyen. Por ello encaran esta confrontación electoral como palanca para dar el salto a Madrid, pues aquí ya no hay programa que cumplir, ni aspiraciones políticas o partidarias superiores que alcanzar.

Las izquierdas comparecen el domingo con programas distintos, pero con un importante substrato político y programático común, que tiene que ver con la recuperación económica de Galicia, la defensa y potenciación de los servicios públicos, la lucha contra desigualdad, la respuesta al deterioro ecológico, el impulso de la lengua y la cultura propias y la defensa de los derechos humanos y de las libertades públicas. Con este sustrato común debiera ser políticamente fácil conformar un Gobierno de coalición eficiente y eficaz, si ha lugar a ello. Como también debiera ser fácil, en su caso, articular una oposición coordinada que prepare la alternativa que, fatal e ineludiblemente, va a tener que tomar el testigo de los populares,  más pronto que tarde, porque el PP ha terminado su ciclo  y, al haber concluido su tiempo político, todo lo que logre perdurar en el Gobierno de Galicia será perjudicial para el país y para sus gentes. De esto, aunque ahora parezca imposible, pronto va a empezar a hacerse eco el propio entramado mediático que hoy, bien amamantado por la teta publica, baila al ritmo de los  intereses de los populares. El PP caerá aunque solo sea, paradójicamente,  por el peso de su levedad política.

Por todo esto creo  que la partida en Galicia está ganada y el cambio político es inevitable. Gracias también al resultado electoral del domingo o a pesar de él.

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