Algunas personas leen lo que, de cuando en vez, escribo. Me halaga y lo agradezco. Por ello creo que debo hacerlas partícipes de lo que pienso, de lo que siento y de lo que dudo. Sobre todo de lo que dudo, que es lo que más abunda. Máxime en un asunto político, como las elecciones, que nos afecta ineludiblemente todos y, cada vez más, a todas.
Para empezar, pienso que estamos ante unas elecciones gallegas y lo que se dirime primordialmente es la elección democrática de los que nos van a representar en el Gobierno o en la oposición en Galicia. No obstante, creo que lo que aquí suceda repercutirá en el conjunto del Estado y, en esta ocasión, querámoslo o no y en virtud de la coyuntura política española, va a tener una mayor influencia en la política estatal. De hecho, creo que la propia convocatoria electoral, por parte del Presidente de la Xunta, estuvo marcada por el objetivo de “salvar al soldado Feijóo”. Lo que hace que sea el jefe de la oposición española el que más tiene que perder o ganar en esta convocatoria y, al mismo tiempo, el resultado de las gallegas, si Rueda no alcanza la mayoría absoluta, puede ser vitamina para el gobierno, PSOE-SUMAR, de coalición progresista en España.
En segundo lugar, el voto es una decisión personal, individual que tiene una incidencia colectiva y, por tanto política y esencial para la organización democrática de la comunidad y de las instituciones que necesitamos para convivir. Considero, por tanto, que mi voto debe corresponderse con mis convicciones, mis posiciones políticas, mis intereses personales y los de mi gente, de mis amigos, de la clase o sector social al que pertenezco y que debo hacer presente en mi país. Por esto creo que todos los votos son útiles. No hay voto inútil o perdido. El llamado “voto útil” es una añagaza, un artificio para la manipulación. Otra cosa es que los votos tengan distintas, diversas y hasta contradictorias utilidades, pero de eso precisamente se trata en democracia.
Cosa muy importante es, para mí, huir de la algarabía hueca, retorcida y sucia de tanta repercusión mediática mercenaria y, más aún, rechazar el insulto, la descalificación furiosa y vesánica, el bulo, la mentira flagrante, la media verdad o la insidia y ese argumento “ad hominem” que falsifica y pervierte los debates.
Considero también que debemos escuchar las propuestas y programas que se nos presentan. Escuchar, no solo oír. Se trata de discernir, de separar el grano político de la paja propagandística que tanto encubre y confunde. Es curioso cómo, en los programas y soflamas, se dicen tantas cosas diferentes y contrarias con palabras idénticas. Por ello me parece muy sano y apropiado valorar principalmente los idearios, principios, doctrinas y estrategias de las formaciones políticas comparecientes. Y, sobre todo, sus actuaciones, decisiones políticas, pronunciamientos públicos sobre problemas, asuntos y conflictos sociales y medidas concretas que hayan tomado. En definitiva, sus hechos, más que sus dichos.
Estos días trataré de ir, como el Cholo, partido a partido para ver qué hago.
Invocaré a Eunomía (La buena ley), hija de Zeus, diosa de la política.