En mi, ya lejanas, infancia y juventud no vi que se celebrara el “Día de los enamorados”. Debio llegar a mi entorno al mismo tiempo que el consumismo, la venta a plazos, los planes de desarrollo y el turismo de suecas y bikinis. Pasados o pasando los sesenta del siglo pasado. Hay quien dice que en España lo lanzó Galerías Preciados. Decidí mirarlo.

Creo que los dioses siempre tuvieron mucho que ver con el sol. Entre los que nos llegaron  por donde el sol se va, había dioses y diosas del amor,  de la fertilidad, de la lujuria o de la amistad como Cernunnus, Angus o la diosa celta Aine, que sufrió la violación y logró vengarla. Entre los que nos llegaron  por donde el sol viene, están  Afrodita y Eros que a nosotros nos fueron presentados como Venus y Cupido. Nuestros dioses originarios del amor lo eran en su sentido más pleno. Es decir, incluían  lo afectivo, lo emocional, lo sensual y lo erótico. Todo ellos constitutivo del amor para la fertilidad y la dicha. Eso sí, siempre y  oficialmente desde una óptica de subordinación de la mujer al varón, que la poseía.

Cuando el cristianiasmo se incrustó en el poder del imperio y con una gran violencia, nunca bien contada, se demolieron nuestros ritos, creencias  y liturgias politeístas, se procedió a sustituir las celebraciones y los dioses tradicionales por nuevas fiestas y conmemoraciones cristianas. Así, por ejemplo, las Lupercales se sustituyeron por la procesión de las candelas y Venus y las demás  diosas por la Virgen María y las santas y mártires. El dios de los cristianos expulsó del Olimpo a todos los dioses  y se hizo trinitario para ocupar el Panteón.

También cambió, entonces la concepción del amor. Fue despojado de gran parte de su contenido esencial, reprimiendo y mortificando el eros. El amor se sublimó en el sentido más físico, que es reducir a vapor un estado sólido. Así fueron satanizadas la sensualidad y la sexualidad, consideradas mera concupiscencia, es decir, “apetitos desordenados de placeres deshonestos”, únicamente tolerados por imperativos de la procreación y, aún así, sujetos a una necesaria purificación, imprescindible para restablecer la dignidad. Nuestros dioses originarios, en cambio, entendían el amor como un todo, no sujeto al juego esquizoide que separa, en el ser humano,  lo espiritual y afectivo de lo físico y sensual, como si pudiesen existir y producirse divididos. Por eso, en la mitología cristiana, el hijo de Dios no pudo ser concebido como los demás hombres y nace de una virgen intocada. Tanto se sublimó el amor en el cristianismo que llega a confundirse con el mismo Dios: “Deus cáritas est”. Pero también aquí se mantuvo  una óptica patriarcal de las relaciones amorosas, con el añadido de entender a la mujer como fuente de la tentación, del mal y del pecado

La figura de San Valentín emerge en la mitología cristiana y se  establece su fiesta el 14 de Febrero, justo cuando se celebrababan las Lupercales. Es la historia de un monje, mártir del cristianismo, que se enfrentó al emperador Claudio casando clandestinamente a  jóvenes soldados, alcanzados por los dardos de Cupido, en contra  de las disposiciones imperiales.

San Valentín comenzó a considerarse patrón de los enamorados, nuevo dios del amor, gracias al poeta, Geoffrey Chaucer, el de los cuentos de Canterbury, que como obsequioso vasallo,  cantó las nupcias de Ricardo II de Inglaterra y Ana de Bohemia el día “que llegaron los pajarillos para escoger su pareja”. El poema era “Parlamento de los pájaros” y el momento el del nacimiento  y expansión social  del llamado amor cortes y romántico. Lo que viene a ser también  una “sublimación”, ahora literaria, del amor.

A mediados del siglo XIX, en Masschusetts, Esther A. Howland tiene la idea de vender en la tienda de su padre tarjetas con mensajes amorosos en el día de San Valentín, los buitres ven la oportunidad y el gran negocio del “amor romántico” se extiende por el mundo como una mancha de aceite. El “amor romántico” hoy tan vigente, si no hegemónico, en el esqueleto cultural de nuestro tiempo y que tanto daño está haciendonos a todos, pero especialmente a nuestros jóvenes. Otra vez el papel subordinado de la mujer sometida. Otra vez la corrupción esquizoide del amor. Otra vez el sometimiento de la mitad de los seres humanos. Otra vez el perverso imperio del patriarcado.

Con esta historia de dioses, mitos y luchas, creo que esto del amor tendremos que hacérnoslo mirar. Y puesto ya en evidencia el patriarcado, pienso que las mujeres tienen la palabra.

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