A los que somos del común cada día nos cuesta más entender y discernir lo que está pasando realmente en la política, en general, y muy especialmente en la política de nuestro país. Es principalmente por el barullo reinante provocado por el compulsivo sectarismo partidista, por un lado, y por la corrupción mediática subordinada radicalmente al poder, por otro. En medio del barullo, naturalmente, se cuelan a veces verdades y realidades objetivas, pero han da abrirse paso a través de mentiras y medias verdades, de eufemismos y disfemismos, de argucias y falacias, de infundios y calumnias, de insidias e hipérboles, de trampas y patrañas e incluso de presiones y violencias, físicas o sicológicas, soterradas o abiertas, legales e ilegales, promovidas o toleradas. En esta maraña lo real, lo verdadero, lo objetivo y lo riguroso lo tienen muy difícil, a pesar de su tendencia natural a imponerse, para lo que se necesitará mucho más tiempo del debido y se correrá el riesgo de llegar demasiado tarde.
Estos últimos días me fijé en dos ejemplos. Uno fueron las declaraciones de Pablo Iglesias que, fíjate tú, vino a descubrirnos que en España no gozamos de una “democracia plena”. Se montó un cristo del copón, amplificado e impulsado con patriotera pasión desde medios informativos, tertulias, escandalizadas declaraciones de prebostes y enfáticas precisiones de cargos institucionales y jarrones chinos. Es decir, barullo para dar y tomar. ¿De verdad alguien puede creerse que tenemos en España un democracia plena? ¿Plena? Ni por origen ni por ejercicio puede sostenerse razonablemente tal cosa, salvo que pleno no signifique pleno. “Es que son las elecciones catalanas”, me dirán ¿Y…? ¿Es plena una democracia cuya clave del arco es una monarquía impuesta por una dictadura y de ella heredada? ¿Es diáfana y seria la separación de poderes en este país? ¿De verdad los mecanismos de representación vigentes son de plena eficacia y eficiencia democráticas?…Lo escandaloso debiera ser afirmar, ufanos y engreídos, la plenitud de nuestra democracia, visto lo visto durante estos últimos cuarenta años.
El otro ejemplo es de Pedro Sánchez, que lo ha vuelto a hacer, pero esta vez totalmente fuera de lugar. “Somos la izquierda”, dijo. Esto ya lo afirmó en las elecciones a Secretario General de su partido, y aquí puede tener un pase. Puede que, en el PSOE, la mesnada de Sánchez sea la izquierda, pero fuera de ahí, en Cataluña o en España, la cosa no tiene sentido. Hay varias y diversas izquierdas e incluso hay gente que duda de que el PSOE actual, como tal organización, pueda considerarse de izquierdas realmente, aunque muchos de sus militantes lo sean en su corazón, en su cabeza y en sus actos.
Hay quien dice que desde Suresnes, desde el pacto de la transición, el abandono explícito y en Congreso extraordinario del marxismo, el 23F, la posición en el referéndum de la OTAN, la asunción práctica de la tercera vía de Tony Blair y, por último, desde la reforma del artículo 135 de la Constitución, impulsada con veraniega nocturnidad por Zapatero por amoldarse a las tesis neoliberales, hay quien dice, repito, que el PSOE no es ya un partido de izquierdas, sino una fuerza democrática, progresista y reformista destinada a ocupar el centro del espectro político.
Como tampoco Podemos es en realidad un partido de extrema izquierda populista, como se nos quiere hacer ver. Podemos sí es un partido de izquierdas y, si “por sus hechos los conoceréis” o incluso por sus programas políticos, Podemos es un partido de la izquierda socialdemócrata, ni menos ni más, que podría ocupar todo el espacio que el PSOE abandona y deja libre.
Por todo esto, más allá del barullo. yo pienso que este Gobierno no es realmente una coalición de las izquierdas, sino una coalición de centro-izquierda. Pero, claro, yo soy del común.