A medida que envejecemos, parece que nuestros sueños nocturnos se emplean más en recuperar nuestra personal “memoria histórica”. Y en la frontera del despertar, esos sueños se confunden, mezclan o enredan con la peripecia y la noticia del “pan nuestro de cada día” y, a veces nos iluminan, como un día soñó el bueno de Freud.

“Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!” con aquella ruidosa estampida, a gritos como gorjeos, con que inundábamos la calle a la salida tumultuosa del cole. Corríamos, raudos, hacia aquel solar abandonado donde comenzaba nuestro partido de futbol. El terreno estaba ligera pero notablemente inclinado, con lo que cada partido precisaba de un ritual previo especial.

Primero, con las carteras y abrigos o zamarras amontonados, se señalaban los postes imaginarios de las porterías, cuya longitud se medía, escrupulosamente, por pies. A continuación, nos arremolinábamos todos en torno al dueño de la pelota y un amigo suyo, que se alzaban en capitanes de los equipos, y escogían los jugadores por riguroso turno. Y por último, en aquella cancha era imprescindible el sorteo de los campos, porque al que le tocara la parte de arriba disfrutaba de una evidente y decisiva ventaja.  En el sueño sentía la angustia de que siempre nos tocara la parte baja del campo, para nuestra desesperación. La derrota era inevitable. Y así uno y otro día.

Pero “anoche cuando dormía”, seguramente en la frontera del despertar, percibimos que una fuerza misteriosa empezó a nivelar y equilibrar el campo, ante el pasmo de todos y la euforia de nuestro equipo que, como una piña, se agrupó y se abrazó en medio del terreno de juego celebrando, eufóricos y a gritos, la nueva situación. ¡Cambió el  terreno de  juego…! Para nosotros, eso  era ya un triunfo enorme.

Estábamos en  plena euforia  cuando, desde el banquillo, vimos que  corrría hacia nosotros gesticulando el entrenador que, al llegar junto al grupo, desveló el rostro de una  Yolanda Díaz que, con su melena al viento, nos gritaba desaforada: “¡Vale, Vale chicos! ¡ Sí, ahora podéis ganar! ¡Ahora hay partido pero, coño, hay que jugarlo! ¡Hay que jugarlo! ¡A Por ellos!”

Desperté sudando y desconcertado porque hay sueños que sueños no son.

 

 

 

 

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