Me parece  a mí que la política, en sí mima, es una de las actividades más nobles del ser humano. Porque es imprescindible, porque siempre es difícil, compleja y requiere inteligencia, capacidad técnica y cualidades excelentes para ejercerla de forma digna y con éxito y porque incide, de forma inmediata y directa, en la calidad de vida de la colectividad, de la “polis”. La política requiere de la “autóritas”, que es el reconocimiento,  por parte de la sociedad, para quien la ejerce; y precisa de la “potestas”, que es poder y/o la capacidad  para ejercerla. La primera, concita la consideración y el respeto al político y a su actividad;   la segunda, logra el acatamiento  y la efectividad del ejercicio del servicio público.

Sin embargo, la política está desprestigiada y parece que son los políticos mismos los que se empeñan en devaluarla. Primero porque, dentro de la riqueza semántica que la palabra “política” ha alcanzado, políticos, comunicadores, predicadores y charlatanes de todo pelaje parecen esforzarse en circunscribirla a expresar lo más vil y pernicioso. Así, hablan de política, sin matizar nada, cuando se refieren al partidismo sectario, a la prevaricación, al chalaneo, a la falsedad y la mentira o al aprovechamiento, inapropiado o criminal,  de lo público. Con esto consiguen que muchos ciudadanos honestos, por rechazar la vileza y la corrupción, abominan de la política, dejando su ejercicio en manos de delincuentes y verdaderos crápulas sin el menor escrúpulo. Y así nos va.

Es verdad que las actividades más honorables y dignas del ser humano son las que mayor riesgo tienen de ser contaminadas y corrompidas, provocando también los mayores males y más perversos efectos sobre los individuos y las colectividades. Pensemos, por ejemplo, lo fácil que es y lo dañino que resulta la corrupción en el amor, la traición en la amistad o la deshonestidad en el pensamiento.

De la política podemos decir lo que Plutarco decía de  Atenas: “una ciudad en la que, si los hombres se dan a la virtud, los produce excelentes, y si los malos siguen la senda del vicio, son los más perversos, así como su terreno da la miel más sabrosa y la cicuta más mortífera”.

Por todo ello, la ciudadanía y las clases populares, especialmente, debieren ser muy celosas del prestigio de la política: del prestigio de la palabra y del crédito de la actividad. Hemos de saber separar “la miel más sabrosa de la cicuta más mortífera”. De lo contrario será fácil que nos envenenemos todos.

 

 

 

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