Tengo para mí que la parálisis, durante más de 40 años, en el desarrollo y reforma substancial de la Constitución ha producido una anquilosis en la democracia española, que no ha depurado convenientemente las instituciones necesarias ni se ha librado de aquellas periclitadas o ya caducadas.
Mi padre que, como buen iletrado inteligente, admiraba la educación y la cultura, solía revelarse contra el comportamiento inadecuado del “ilustrado” y decía entonces, siempre dolido: “Este pasó por la universidad, pero la universidad no pasó por él”. Pues algo semejante puede decirse hoy de cardinales instituciones españolas: pasaron a la democracia, pero la democracia no paso por ellas. Por eso la gente tiene la percepción de que el ancestral enfrentamiento entre las dos Españas no se ha cerrado todavía. Y no solo porque las víctimas del golpe de estado, de la guerra civil y de la dictadura sigan, ignominiosamente, en las cunetas y en las fosas comunes, sino porque instituciones centrales del país no se han liberado, en cuarenta años, del pelo de la dehesa franquista.
Cuatro son los palos del sombrajo institucional que amparan y dan cuartelillo a la reacción, a la extrema derecha y a la nostalgia de la dictadura en este país: La Corona, la Cruz, la Espada y la Puñeta. Muy de actualidad esta última, jugando al “golpe blando” de saltarse la Constitución y la separación de poderes para a ver si cuela pero que, si no fuese suficiente, creen que valdría para fomentar y desencadenar el “golpe duro”. Me malicio.
La ciudadanía de todos los colores, opiniones y creencias y las fuerzas democráticas de la derecha, del centro y de la izquierda, de este angustiado y nunca tranquilo país, deberían poner las cosas en su sitio: La Corona en el museo, la Cruz en el templo, la Espada en su vaina ceñida a la cintura de la ciudadanía y la Puñeta en el foro y limitada a su “fuero”.
Si esto no se logra, bien pudiera volver a llegar la sangre al río. Tengo para mí.