Dicen, los que de esto saben, que la lotería la importó de Nápoles Carlos III y que era como La Primitiva, pero que la que hoy conocemos y jugamos  se estableció den Cádiz para el Gobierno, en lucha contra el francés , recaudar fondos a falta de poder generalizar impuestos.

En todo caso, la lotería pública, Lotería Nacional, no es más que un sistema de recaudación legal, que capta “poco dinero de muchos”·, en su mayoría pobres o modestos, para luego dar parte de ese dinero a muy pocos y hacerlos ricos, dejando al azar que señale a los privilegiados. Todos consentimos esta evidente y azarosa injusticia a cambio de la tenue esperanza de que los afortunados seamos nosotros algún día.

Cuando este sistema recaudatorio se privatiza, se convierte en un gran negocio privado que especula y se forra con la necesidad, la esperanza, los sueños e incluso la salud de los pobres, los trabajadores y las clases medias.

La pulsión del ser humano por controlar los acontecimientos, dominando precisamente lo aleatorio y lo azaroso, combinada en muchos casos, con la imposibilidad de cubrir  bien nuestras necesidades con un trabajo mal pagado, con la aspiración a alcanzar mejor calidad de vida o incluso  con la codicia, estimulan la práctica de los juegos de azar. Juegos y loterías que, si son públicos, se convierten en impuestos, no ya indirectos, sino subrepticios  y encubiertos y, si son privados, en un improductivo pero gran negocio para unos, en pérdidas para la mayoría y en adición patológica para algunos.

El día 22 habrá algunos millonarios nuevos y la inmensa mayoría habrá perdido, seguirá en su modesta posición o será aún más pobre. Pero a nadie se echará la culpa de ello. Solo a la suerte, que nadie conoce y menos domina, se atribuirá el desigual e injusto resultado del juego. Y lo del “día de la salud” suena a sarcasmo, un tantico cruel, tal como está lo de la sanidad pública.

El juego de la lotería y su procedimiento casan perfectamente con el sistema que nos hemos inventado, donde la riqueza se obtiene siempre por el reparto injusto de los bienes, que se producen con el esfuerzo de la  mayoría pero que acaban siendo propiedad, uso y disfrute de una minoría, a la que llamamos “Los-de-siempre”.

Ya lo dijo Cristo: “Siempre habrá pobres entre vosotros”, lo que ha servido a los sanedrines eclesiásticos para justificar y avalar  que sean muchos los que creen la riqueza y sólo cuatro los que la posean y la gocen. Pero de esto no se puede culpar ni al azar ni a Dios, aunque lo haya dicho Cristo, que vete tú a saber si lo dijo y lo que.

La lotería es un juego del azar, la necesidad y la codicia. Pero no nos pongamos “estupendos” porque todos somos “cómplices necesarios”: por jugar e incluso por promoverlo y utilizar este juego para recaudar fondos en nuestros clubes, asociaciones, sindicatos o partidos, empedrados de buenas intenciones como el infierno. “El que no pique en la lotería  que tire la primera piedra”, dijo Cristo… Y digo yo,  para  tratar de blanquear nuestro diabólico juego, además de utilizar a fondo la inocencia, esta sí, de los “niños de San Ildefonso”.

 

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