Cada día que pasa encuentro más razones para considerar que esto no es una “democracia plena”, por mucho que digan. Creo que para lograr esa “plenitud” o, quizá mejor, la normalidad, habrá que hacer una reforma a fondo de la Constitución, que suponga una ruptura clara, definitiva y explícita con el franquismo, que es la causa y raíz de nuestra atrofia democrática.
Uno de los síntomas de esta anorexia democrática del régimen es la actitud política repetida de la derecha, que no admite con normalidad ni siquiera la alternancia bipartidista en el poder, que viene a ser pare ellos lo máximo tolerable si no cabe el partido único, como era el añorado Movimiento Nacional. La derecha siempre consideró el Gobierno y el poder en España como algo suyo exclusivamente, algo de su propiedad, algo que le corresponde como por derecho. Por eso la inquietud producida con la ruptura del esquema bipartidista y no digamos con la instauración, para más inri, de un Gobierno de coalición de izquierdas, al menos nominalmente.
La reacción inmediata de la derecha fue declarar a ese Gobierno ilegítimo, por mucho que no se pueda reprochar irregularidad alguna, ni en su origen ni en su ejercicio. Pablo Casado, Inés Arrimadas y Santiago Abascal, con una sola voz, declararon ilegítimo el Gobierno de Coalición al día siguiente de su constitución, si no el mismo día. Coherentemente y desde el primer momento lo único que estos partidos han demandado y demandan, por activa y por pasiva y pase lo que pase, es la caída del Gobierno. Ninguna otra cosa proponen o demandan, porque un gobierno ilegítimo solo puede ser demolido. “Delenda est Cartago”. Están a un tris de que todo les valga para demoler al Gobierno. Y eso sería ya un grave problema para la convivencia pacífica en este país.
Aunque lo parezca, no es paradoja que esta derecha trinitaria (tres partidos distintos y una sola derecha reaccionaria), con su política de ilegitimar el Gobierno, al final se incapacite para hacer oposición y no pueda hacerla.
En una democracia, ya no plena, sino mínimamente normal, la oposición controla, fiscaliza, propone alternativas e impulsa la acción del Gobierno. Pero, claro, si el Gobierno es ilegítimo solo cabe su demolición y no hay nada que controlar ni que impulsar. Y esto es lo que está pasando aquí.
Por eso, en esta legislatura se produce la anomalía de que el trabajo de oposición, es decir, de control e impulso de la acción del Gobierno, se realiza inusitadamente en el seno del Gobierno mismo. El PSOE es la parte mayoritaria del Ejecutivo, con el fundamental poder de decisión, y Unidas Podemos, siendo su socio, realiza, con lealtad pero con firmeza, un constructivo trabajo de control y de impulso de la acción de gobierno. El trabajo que realizaría una oposición normal y democráticamente madura.
La derecha trinitaria se dedica únicamente a la demolición. Nada se propone, nada se controla realmente, nada se impulsa; solo se grita desaforadamente, solo se hace política de símbolos, de visajes y de postureo. El Gobierno fallará, es probable, pero “la” oposición, realmente, no existe y, como en política el vacío no es posible, ese trabajo lo hace Podemos. Al menos en parte.
“Se esta é a democracia plena, que o demo me leve”, que diría Curros. Así lo veo.