Hoy no hay nadie en el PP que sea capaz de decir aquello de que “la corrupción en el partido y en sus gobiernos fueron casos puntuales, comportamientos personales aislados, que el partido ya depuró colaborando con la Justicia”.  ¿Cómo se podría decir tal cosa con todos los gobiernos del PP tocados, instituciones infectadas, con numerosas imputaciones en todos los niveles de la organización, con reproches penales, sentencias condenatorias, abultadas listas de delincuentes del partido, convictos y/o confesos, y con  la lista interminable de casos abiertos y abriéndose?  Al PP que hizo todo esto, solo se le puede situar en el ámbito de las organizaciones criminales para delinquir, con un modus operandi propio de las mafias e incluso con la utilización, sin escrúpulos, de las llamadas cloacas del Estado.

La primera gran consecuencia política de esta realidad, fue la pérdida del poder con la moción de censura a Rajoy. Se hizo entonces evidente que era necesario romper con el siniestro pasado del partido, en todo caso. Pero había dos posibilidades: la refundación del partido poniéndolo en manos del centro derecha español, es decir, de las diversas familias conservadoras, liberales o democristianas, de la derecha democrática, para que regeneraran la organización con los valores de la honestidad, de la moral y la ética públicas y de la democracia; o la recuperación del mismo PP separándose de los grupos y personas condenados por corrupción, creando cortafuegos para que las consecuencias de la corrupción tocasen lo menos posible al partido, ofreciendo una imagen renovada, hablando de la corrupción como asunto del pasado, poniendo el ventilador para que el purín se esparza –“todos son iguales”-  y tratando de volver a integrar en la organización a los escindidos y a los votantes perdidos. Todo ello con el objetivo de volver al modelo bipartidista. Modelo muy rentable en “las cuentas de resultados” de la cosa nostra.

La opción ganadora en el último congreso del PP fue la segunda. Promovida e inspirada por José María Aznar desde la FAES y encabezada por Pablo Casado. No hubo, pues, refundación del partido y sí algunos gestos de pretendida ruptura con la corrupción. Entre estos gestos destaca el de poner a la venta la sede de Génova 13, teñida de negro con el dinero que pagó su reforma. Me malicio de que la verdadera causa de esta venta es la mala situación económica del PP, pero se vende como un gesto de ruptura con la corrupción. Gesto vacuo e inútil para la regeneración, pero muy significativo de cómo el PP elude y no afronta el problema.

El centro político y las derechas conservadoras, liberales y democráticas fueron derrotas con la caída de la UCD y rematadas cuando Manuel Fraga refundó Alianza Popular en el PP y entregó todo el poder a los reformistas del Movimiento Nacional,  en la persona de José María Aznar. Son, pues, las derechas reformistas del franquismo las que han dirigido siempre y siguen al mando del PP. La línea de sucesión es diáfana: Fraga-Aznar-Rajoy-Casado y Ayuso. Esta última representa hoy el máximo poder institucional dentro del PP (Madrid) y se ve como aspirante a todo el poder dentro del partido. Poder que también procede de Aznar, vía Esperanza Aguirre. Esto quiere decir que millones de ciudadanos conservadores, liberales, democristianos o republicanos de centro derecha están hoy sin un instrumento político propio y, en la practica, fuera de juego.

Está claro que esto es una tragedia para la derecha democrática española, pero también lo es para el país, que necesita y necesitará el concurso de todas esos ciudadanos y ciudadanas demócratas del centro derecha para llevar a cabo reformas económicas, sociales, legales y constitucionales que las nuevas generaciones y los nuevos tiempos exigen.

Creo que sin una refundación del PP actual o sin la eclosión de nuevas fuerzas políticas del centro-derecha, sufriremos todos de nuevo un lamentable retraso, si no un verdadero desastre, causado por una de esas dos Españas: la que siempre nos “hiela el corazón”. Así lo veo.

 

 

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