Uno de los más nefastos efectos secundarios indeseables del ejercicio del poder es la soberbia. La soberbia, que es un sentimiento o convicción de la superioridad de uno mismo sobre los demás. Este sentimiento produce una gran satisfacción del ego y un correspondiente menosprecio del otro. El soberbio está tan pagado de sí mismo que llega a creerse el más humilde de los humanos porque, teniendo el valor que tiene, declina la consideración que “objetivamente se merece”. La soberbia, salvo por el afectado, se percibe a simple vista y puede durar toda la vida, aun después de abandonar el ejercicio del poder. Un ejemplo puede ser el Sr. Aznar, que exuda soberbia y sobreestimación propia con cada gesto y aún antes de hablar. Pero, para mí, una muestra de soberbia incontenible fue aquella valoración que Felipe González hizo del papel de los expresidentes del Gobierno en España. Vino a decir que los expresidentes eran como jarrones chinos, muy bellos y muy valiosos, pero que, en casa, nunca se les encuentra el sitio apropiado. Es decir, el jarrón es bello y valioso y, si te estorba, la culpa es tuya porque no sabes donde ponerlo. La sociedad española y las instituciones, por tanto, no consideran en lo que valen a sus expresidentes y, cuando ejercen su alto magisterio público, advierten o incluso profetizan, lejos de aprovecharse de su inmensa sabiduría, sociedad e instituciones se incomodan y sienten que estos malditos jarrones chinos no hacen más que estorbar.
Otro caso de jarrón chino es, sin duda, Esperanza Aguirre a la que ni siquiera su charca pletórica de ranas la disuade de su hiper-autoestima.
Creo que los jarrones chinos, si efectivamente son bellos y valiosos, tienen su sitio en los museos, para que los contemplen y estudien y, si resultan rudimentarios e inútiles, en el desván. Por si algún día sirvieran de algo.
En la foto de LILA, un jarrón modernista de la cerámica portuguesa de principios del siglo XX, que bien pudiera evocar a la ínclita expresidenta de Madrid, Esperanza Aguirre.