A mi amigo Nacho, que regenta la casa rural Rectoral de Anllo (Mogueira-Sober) le conté como veía yo su paraíso.
Galicia es el país por el que nunca se pasa. Aquí solo se puede venir. Esto es así para bien y para mal. Pues bien, para entrar en Galicia hay dos rutas:
– Una es el camino hacia el norte, que desde Vilafranca entra por el puerto de Piedrafita y O Cebreiro que es la ruta del sacrificio, la ascesis, la mortificación, la negación de uno mismo y el dolor. La ruta que el cristianismo habilitó para establecer la frontera cultural y religiosa con el islam, para impulsar el comercio de las indulgencias y el mercadeo de las reliquias y para acabar, en realidad, postrados ante el sepulcro de Prisciliano, el heresiarca camuflado de Santiago, el Hijo del Trueno. Por aquí entran los peregrinos, inicuamente castigados e interesadamente indultados por los vetustos administradores de la culpa y de las penas; llegan los ingenuos buscadores de presuntos bienes del espíritu y esforzados deportistas o fans de la aventura.
– Y el otro es el camino del sur, hacia poniente, por las orillas del Sil y del Miño. La ruta de la inteligencia, de la belleza, de la dicha, del placer y del sentido más epicúreo y hedonista de la vida. Es la ruta más antigua, por la que se vino a buscar el oro y por la que se llegó antes al fin del mundo. Por ella llegaron a Galicia, antes de que Cristo lo hiciera, la civilización y la cultura grecorromanas con ese politeísmo, rico y plural, que crea los dioses y las diosas a imagen y semejanza del hombre y de la mujer.
Por aquí entró Roma, heredera de la Hélade. Concretamente lo hizo Décimo Junio Bruto, apodado el Galaico por sus victorias en estas tierras, que con sus huestes llegó a la Lusitania después de atravesar el río Limia, que sus soldados confundieron con el mítico Lethe, aquel río del Hades, cuyas aguas te hacían perder la memoria. Los soldados de Roma, asustados, se negaron a cruzar el Limia y fue Décimo Junio Bruto quien lo cruzó en solitario y, desde la otra orilla, llamó por su nombre a cada uno de sus oficiales para destruir el mito. Cruzaron mas tarde los ejércitos de Roma el Miño y llegaron al fin de la tierra donde contemplaron asombrados como el sol se hundía cada tarde en las aguas frías y salvajes de la mar Océano. Décimo Junio Bruto llegó a reportar a Roma que, en el fin del mundo, había oído el chirriar de las aguas del mar al sumergirse en ellas el sol.
Más tarde, en los tiempos marengos del medievo, fueron estableciendo aquí sus cabezas de puente Cluny y el Cister: los monjes que conservaron el saber de los antiguos en sus monasterios. El saber técnico junto con la mística, que viene a ser la poética y la lírica de las creencias y de la vida. “Ora et labora”, decían y, desde entonces, llamaron Ribeira Sacra al paraíso, que se pobló de monasterios y cenobios que hacen de Galicia la gran reserva universal del románico.
Y este es en síntesis, amigo Nacho, mi relato de tu paraíso, que “é vero” aunque sea “mal trovato”.
En la foto de LILA, tomada desde la bodega Abadía da Cova: «O CABO DO MUNDO»