Parece, visto lo visto, que la única posibilidad que tiene Feijóo para su investidura es el “tamayazo”. Para su investidura o para la repetición inmediata de elecciones, como sucedió en Madrid, hace ya 20 años.
No parece probable, pero sí se percibe como posible dados el precedente citado, la “réplica” del seísmo en Murcia en el 2021, esta vez protagonizada por dos diputadas y un diputado de Ciudadanos, y la exasperada lucha, desde el PP y una parte del PSOE, por recuperar el bipartidismo más rígido, impuesto con el “régimen del 81”. Lucha que emergió con claridad en aquella propuesta que Feijóo hizo a Sánchez, en el debate electoral, proponiendo la firma de un documento en el que se pactaría, coram populo, el apoyo siempre a la lista más votada, escamoteando así la competencia y voluntad del Congreso de los diputados que es quien, constitucionalmente, debe elegir al Presidente del Gobierno. A esta recuperación del bipartidismo más radical se sumaron expresamente, estos días, vetustas vacas, más desacralizadas que sagradas, del PSOE como Corcuera, Barrionuevo, Redondo Terreros, Leguina, Lambán, Rodriguez Ibarra, García-Page y unos pocos más, encabezados por los inefables Felipe González y Alfonso Guerra, aplaudidos y jaleados por las derechas extremas del país.
Porque yo creo, no sin mi natural temor a equivocarme, que siendo nuestra Constitución la del 78, el “régimen” instalado en España es del 81, cuando el fracasado golpe de Estado de 23-F consigue imponer, sin embargo, una sesgada lectura constitucional que viene a consagrar en el país un modelo bipartidista de alternancia en el poder, que perdura en nuestros días y que se vende como paradigma de estabilidad.
Y digo esto porque, si bien es verdad que aquel 15-M de 2011, su posterior cristalización política en Podemos, la “llegada a España” de Ciudadanos cruzando el Ebro y el parto, con o sin dolor, con que el PP dio a luz a Vox llevaron el bipartidismo a la UCI, lo cierto es que aquel bipartidismo no ha muerto. Puede estar en coma inducido pero sigue vivo, como demuestra el hecho de que todavía no es posible en España un presidente del Gobierno que no sea del PSOE o del PP. Y en esta lucha descarnada por la supervivencia del bipartidismo, es decir, del “régimen del 81”, no estamos radicalmente libres de un nuevo “tamayazo” o, al menos, de su inquietante sombra.
De suceder tal cosa, las consecuencias políticas, sociales e incluso económicas serían imprevisibles, pero siempre antidemocráticas, convulsas y violentas.
Yo lo veo así a pesar de mí mismo.