LA   NEFASTA   MORRIÑA   DEL   BIPARTIDISMO

Nunca se debe subestimar  a nadie. A mi, por ejemplo, Pablo Casado, con sus limitaciones de formación técnica y política y con su bisoñez, me ha hecho  reflexionar estos días con sus declaraciones. “El mutipartidismo es lo peor que ha pasado en España en diez años. Espero que vuelva el bipartidismo”, dijo con claridad, desparpajo y contundencia. Bastantes capitostes más, que vivieron y/o se forraron en los “años de vino y rosas”, lo piensan y de una u otra forma lo dicen, lo reivindican e incluso hacen lo posible para que vuelvan los buenos tiempos en que  labraron sus fortunas o multiplicaron sus negocios.

Lo inquietante de las declaraciones de Casado es que se hacen desde otra generación. Precisamente desde la generación del pluripartidismo, nuevo en España pero ya maduro en Europa. Casado reivindica lo mismo que Aznar o Mayor Oreja y supongo que como otros muchos barones de la derecha que hoy, amordazados por la corrupción, están mudos. Casado parece un viejo. Es como si sufriese de progeria, esa rara y terrible enfermedad con la que envejecen los niños. Progeria política.

No sé yo si Sánchez pensará y añorará lo mismo que Casado, pero al menos no lo dice y, en la práctica y no sin resistencias, se ha tenido que amoldar a pactar el primer Gobierno de Coalición en España. Un Gobierno propio del denostado pluripartidismo. En cambio, las vacas sagradas y sátrapas del socialismo, encabezados por Felipe González Y Guerra, sí reivindican, exasperados y frenéticos, el bipartidismo y empujan todo lo que pueden para recuperarlo. Desde los jubilados ya, como los inefables José Bono o Rodríguez Ibarra, a los todavía en activo como Lamban, García Page o Fernández Vara.  Todos de la vieja guardia, que en su día contribuyeron a conformar aquella High Life sociata de la que Manuel Fraga se mofaba: “Nosotros de las marquesas estamos de vuelta”, decía el de Vilalba para burlarse de la pinta de nuevos ricos que lucían los capitostes del PSOE.

Hoy parece claro que solo dos partidos ya no pueden representar el pluralismo y la diversidad de ideas, experiencias y realidades vitales que conviven en una sociedad cada vez más compleja. “No nos representan”, gritaron los indignados el 15-M y trajeron el pluripartidismo.

Recuerdo que uno de los éxitos que se atribuía al PP y, concretamente a Manuel Fraga, era que la derecha española había logrado engullir a la extrema derecha, embridándola y reduciéndola a la inoperancia. En España, se decía con petulancia, no hay partidos ultras, como en Francia, por ejemplo. Y fue visto como un fracaso, del PP de Rajoy,  que no se lograra impedir  la escisión que dio origen a Vox y que puso a la extrema derecha y al neo-franquismo en la palestra política española. Pero lo desgraciadamente cierto es que los ultras y la extrema derecha, sin un partido mínimamente viable entonces, sí estuvieron, sin embargo, siempre muy vivos y activos, incrustados y empotrados, en el PP. Desde el PP consiguieron victorias, nada pírricas, cuyas consecuencias estamos pagando. Lograron, por ejemplo, que las derechas españolas nunca rompieran abierta y claramente con el franquismo; que se pasara por el arco de triunfo la legislación sobre la memoria histórica o la recuperación de las fosas de las víctimas de la represión franquista; que se mantuviesen relaciones con el Vaticano favorables a la supervivencia política de usos y privilegios, propios del nacional-catolicismo; o que hasta ayer mismo se rindiera culto público al dictador en un lugar sagrado. Y esto solo por poner algunos ejemplos. Es claro que la extrema derecha, camuflada en el PP y con el modelo bipartidista, estuvo siempre activa y consiguió lo que, seguramente, a cara descubierta como ahora, nunca hubieran conseguido.

No seré yo quien diga que el bipartidismo no tuvo alguna ventaja para el respetable, pero cada día estoy más convencido que las desventajas fueron mucho mayores. Y no es la menor el freno que supuso y aun supone para la renovación, las reformas y el necesario aggiornamento de nuestro sistema político.

Creo que el pluripartidismo, puede resultar más laborioso e incluso un pelín incómodo para nuestros prebostes, pero nos suministra óxigeno a todos, el respetable respira mucho mejor y representa a muchos más ciudadanas y ciudadanos. La democracia y la gente ganan.

El pluripartidismo fue engendrado el 15-M entre la indignación y la esperanza

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