Tras aquella moción de censura a Rajoy, el primer objetivo de los populares fue conseguir la reagrupación de las derechas para recuperar el voto perdido. La consigna, caído Rajoy, la da Aznar y la recoge Casado, siempre sumiso a su mentor. Trata, por ello, de seguir liderando la oposición, negocia gobiernos y alcaldías con Cs y flirtea peligrosamente con Vox, siempre con la bendición de FAES. Su gran propuesta electoral será la pretendida plataforma de “España suma”, que no cuaja, pero que facilita acuerdos con Cs para gobernar allí donde pueden, utilizando a Vox  como apoyo y tratando de fagocitarlo, hacerlo volver al seno materno o, al menos, recuperar votos perdidos.

Pero Vox, por su parte, quiere volar solo y responde colocando a los gobiernos que apoya en situaciones bochornosas, compitiendo descaradamente con la “derechita cobarde” y planteando una moción de censura para darle una patadita a Sánchez, pero en el culo de Casado. Esto colma el vaso de los populares  y otra vez es Aznar quien da la consigna: “Hay que votar no a la moción de censura”. Y Casado reacciona automáticamente con un “hasta aquí hemos llegado” tal como le dicta el patrón.

El contundente discurso de Casado revela la voluntad de ruptura con Vox, pero más que por su contenido político, que no aporta novedad alguna, lo es por su agresividad y su argumentario “ad hominem”, contra un Abascal torpón y desconcertado. Es claro que el führer de la extrema derecha no se lo esperaba.

El efecto público y mediático del discurso de Casado fue  desproporcionado. Analistas, tertulianos, turiferarios, mercenarios mediáticos y devotos en general proclamaron el gran milagro de la contrición y del regreso de Casado al centro político y a la racionalidad democrática. Los más críticos solo  osaron señalar la posibilidad de que este pudiera ser otro veleidoso giro de un líder inconsistente. Sin embargo, yo creo que nada de esto ha sucedido. Basta ver la magra parte política de un discurso, esencialmente dedicado a un ajuste de cuentas personales y a dar cera a su ex-conmilitón. Casado lo dejó claro: no quiere regresar ni ir a ningún centro político moderado o progresista, ni superar el ramplón neoliberalismo fracasado, ni avanzar en democracia. Casado solo quiere volver atrás.  Casado ha dejado claro que quiere resucitar el bipartidismo, sacralizar la Constitución del 78, es decir, el régimen del 81, nacido el 23-F, porque, sabido es, que a lo sagrado no se puede tocar. Casado quiere mantener la democracia embridada, la monarquía otorgada, el borrón y cuenta nueva con el franquismo, el peso de la Iglesia católica, en definitiva, hacer lo mismo que se hizo estos últimos cuarenta años. Como si aquí nada hubiese cambiado, como si la corrupción no hubiese penetrado en la instituciones, como si se hubiesen parado los relojes. Casado dejó muy clarito lo que quiere: la España de Aznar.  El contenido político del discurso de Casado es viejo, inmovilista y refractario a los cambios o avances democráticos que hoy se demandan.

Por todo esto yo creo que enfrentarse a la extrema derecha está muy bien, pero está muy mal si el objetivo es integrarla de nuevo para tapar sus vergüenzas o para sustituirla y para seguir subvencionando sus plataformas reaccionarias y sus mamandurrias.

El PP de Casado no sirve ya a los intereses, perspectivas y aspiraciones de los demócratas liberales y conservadores españoles, que necesitan otra cosa. Parece imprescindible la refundación del partido y su emancipación de Aznar y de FAES.

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