Habló Amin Malouf con admiración del proyecto de la UE como el gran intento de crear una gran patria ética para superar e integrar las diversas patrias étnicas, por la vía de la democracia política, del bienestar de las mayorías y del ejercicio  de los derechos fundamentales del ser humano. En el fondo, es el mismo proyecto de la gran revolución,  vigente y pendiente, de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Tras la gran catarsis mundial experimentada en la primera mitad del pasado siglo y el empequeñecimiento del mundo, esa gran patria ética llega a plantearse como una aspiración universal, planetaria o global porque el miedo y la compasión, experimentados en aquella tragedia, parecieron curar a la humanidad entera de la  locura, de la gran desmesura, de la hybris que provocó la enloquecida cabalgada de los cuatro jinetes apocalípticos : la guerra, el hambre, la conquista y la muerte.

Hoy, en la segunda década del  siglo XXI, parece que el bello sueño de la gran patria ética se desvanece o que el proyecto sufre un muy serio frenazo, también global. Es un hecho que repuntan, como setas en otoño, los rancios y viejos nacionalismos étnicos, racistas, homófobos, patriarcales, aporófobos  y machistas con la virulencia de antaño y que están ocupando, muy beligerantes, notables espacios del poder formal y real.  Como lo es que crece la desigualdad, a veces abisal, en el uso y disfrute de los bienes de la tierra y que se camina, precisamente por ello, hacia los viejos modelos políticos autoritarios. Eso sí, con nuevas y más sofisticadas técnicas, para embridar a los ciudadanos, desposeídos de dignidad y de sus derechos, haciendo saltar por los aires, de facto, las libertades más fundamentales y fomentando todas las fobias patológicas que hacen imposible la más elemental fraternidad.

Es el rebrote de los viejos fascismos, aunque hoy puedan tener otro nombre y  utilizar las nuevas técnicas. Rebrote que, urbi et orbi, esta liderando, y trata de seguir haciéndolo, Donal Trump y que, por tanto, a todos nos concierne. Quienes ven esto así y de ello alertan, puede que sean tachados de alarmistas y se les diga que “la cosa no es para tanto”. Exactamente lo mismo que unos dijeron y otros muchos pensaron, de buena fe e ingenuamente, en las primeras décadas del siglo XX.

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