Visto desde hoy, en aquella boda de la hija de Aznar en el Escorial, se percibe un extraordinario parecido, mutatis mutandis, con la boda con que se abre la trilogía cinematográfica de El Padrino. Y digo mutatis mutandis porque, si bien en las dos se hizo alarde de poder y desfilaron todos los capos en respetuoso rendezvous con el padrino, seguramente en la de El Escorial fue el pasodoble, y no la tarantela, la banda sonora. Las dos bodas fueron ostentosa exhibición del éxito y del poder. En la de Don Vito, del poder sobre las familias de la mafia y del éxito de la extorsión y del crimen organizado; y en la de Don José María, la epifanía del poder de los señoritos y de la derecha carpetovetónica, así como del éxito de seis años de liberalización y desregulación de la economía española; lo que habría de traer la proliferación de la corrupción, la explosión de la burbuja inmobiliaria y una terrible debilidad económica y estructural del país, ante la crisis global que se avecinaba.
El marrón se traspasó a Zapatero que fue incapaz de “velas vir” y, lejos de abordar la crisis desde los intereses de las mayorías sociales, se plegó a las presiones neoliberales hasta el punto de ser coautor material, cómplice o cooperador necesario en un cambio constitucional, hecho con alevosa “nocturnidad veraniega”, para poner los intereses de los usureros de la banca por delante y por encima de los derechos de los ciudadanos y de los trabajadores. Otras cosas hizo bien pero, en las cosas de comer, Zapatero la cagó.
Rajoy, que encabezó el regreso del PP, radicalizó las políticas neoliberales y fomentó la anorexia del Estado; entre chascarrillos y trabalenguas regateó lo que pudo en el lodazal y calentó el caldo de la corrupción, que se lo llevó por delante. Fue el primer presidente de la democracia removido por una moción de censura. Y así entró el PP en una crisis profunda de la que, por lo que se ve, tardará en salir. Si sale.
Los indicios inequívocos de esta crisis son los siguientes y por orden de aparición: El primero, es la deserción política de la gente mas valiosa de le derecha conservadora y/o liberal, militantes del PP que, avergonzados, se retiraron a los cuarteles de invierno, se escabulleron a la última fila del partido para que no se les vea con éstos o se refugiaron entre las bambalinas de las autonomías. Esto se constata fácilmente si nos preguntamos donde están hoy los militantes y dirigentes del PP de la valía y envergadura de, pongamos por caso, un Herrero de Miñón o un Borja Sémper, por abrir un abanico amplio e edad y dignidad. El segundo indicio es el desmembramiento de la derecha que comenzó con Cs, por un lado, y Vox por el otro. Y el tercer indicio, prácticamente ya una prueba material, es la toma de la cúpula del partido por elementos bisoños, indocumentados y con asa osadía y atrevimiento que, como se sabe, otorga la ignorancia. Elementos apadrinados por aquel Don Vito de El Escorial, que trata de volver a la política por personas interpuestas o testaferros. Pablo, Cayetana, Teodoro o Isabel Díaz Ayuso son una buena muestra de una dirección vicaria de Aznar, obtusa y propia de una organización en grave peligro de una demolición que cuesta evitar.
Hoy, el peor enemigo del PP es su propia dirección, los cachorros de Azanar, y son muchos los liberales y conservadores con sindéreis que ya lo saben.