A  la construcción de un proyecto político como el iniciado por Yolanda Díaz, sobre todo en esta  “fase  de escucha” que dice estar,  le vienen muy bien los análisis críticos, las propuestas tácticas y estratégicas, las matizaciones, aclaraciones y concreciones, en definitiva, un debate lo más amplio e intenso posibles. Esto resultaría beneficioso para la ciudadanía y sus intereses objetivos y para la depuración y desarrollo de la democracia misma en nuestro país, aun en el caso de que no se lograran plenamente los objetivos previsibles o previstos por los promotores del proyecto.

Yo no sé en qué medida se darán estos análisis críticos o propositivos y hasta donde llegarán los apoyos, tanto del tejido social como del entramado político partidario, sedicente progresista y/o de izquierdas. Pero lo que sí creo haber entrevisto ya es que a Yolanda Díaz y a su proyecto le van a sobrar, no tanto adversarios con los que debatir y confrontar, cuanto enemigos, puros y duros, que no buscan otra cosa que la mera destrucción de esta iniciativa política, aún antes de que pueda nacer. Un aborto en toda regla, vamos.

Estos enemigos se podrían encuadrar en dos grandes grupos. Los que podríamos considerar “naturales”, instalados en el universo neoliberal, que serían los que entienden que un proyecto como “SUMAR”, pondría en peligro sus intereses objetivos: sus negocios, legales o no, o su poder e influencia, legítimos o no.  Enemigos poderosos e irreconciliables, que ya se ven afilando sus uñas, aventando semillas de especies e insidias invasoras y estableciendo cabezas de puente mediáticas y nidos de francotiradores. Muy peligrosos pero, en todo caso, previsibles. Un alabar a dios.

El otro  grupo de enemigos es también previsible en general, pero no se consideran “tan naturales”  y, dada su variedad, creo bueno hacer un avance de posible clasificación etiológica, sin otra pretensión que la de “andar por casa”. Yo, de salida, los clasificaría en cuatro  grupos afectados por  enfermedades o síndromes frecuentes, me parece, entre progresistas y gente de izquierdas: el infantilismo, el sectarismo,  el neo-catarismo y el nihilismo.

Con “el  infantilismo” me refiero a aquel extremismo izquierdista muy similar al que Lenin describió en su día como “la enfermedad infantil del comunismo”.

El sectarismo  es ese fanatismo partidista, religioso, corporativo o ideológico que solo acepta lo suyo y rechaza absolutamente y combate  todo lo demás, por muy próximo que sea.

Con eso del neo-catarismo me refiero a los puros, o “puretas” como hoy diríamos, para los que solo existe el blanco puro o el mero negro y que recuerdan a aquellos albigenses, tan maniqueos, para los que solo existía lo “inmaculado e espiritual” creado por Dios y lo “sucio y material” creado por Satanás. Para estos nada vale ni valdrá hasta que no llegue lo que definitivamente valga. Son los que degradan la utopía convirtiéndola en quimera.

Y por último, el nihilismo, que todo lo rechaza y que seguramente es hijo del resentimiento, del fracaso y de la frustración.

Para ser sinceros, creo que, en algún momento y en determinado grado, una o varias de estas dolencias  pudo o puede afectarnos a cualquiera. Y aunque solo fuese por esto, también este tipo de “enemigos”  deberían ser “escuchados” por si se convierten   sencillamente en adversarios o incluso por si algún día llegan a “SUMAR”.  Eso sí, hay que tamizar sus valoraciones, opiniones, insidias, chascarrillos o  proposiciones con un cedazo, cuyo entramado esté tejido con los hilos de los cuatro síndromes señalados. Con ello se podrá cernir para separar el grano de la paja y discernir lo patológico de lo saludable, lo razonable de lo irracional y lo avieso de lo noble. Yo lo voy viendo así.

 

 

 

 

 

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