En defensa propia es licito el uso de la fuerza y de la violencia.

Mi duda de enviar armas de España a Ucrania no es ética, es política. Tengo dudas y muchas  dudas. Escucho argumentos de unos y otros y sigo teniendo dudas. Ni siquiera, tratando de ponerme en lugar de los ucranianos, se me despejan las dudas. Entre otras cosas porque no sé si puedo hacer esto.

Primero, no tengo datos y conocimientos suficientes para saber si las armas, en este preciso momento,  son la primera  y más urgente necesidad de Ucrania; si se necesitan las armas concretas que España puede enviar; si con ellas se contribuye efectivamente a parar la guerra o si pueden servir para prolongarla; si ayudan de facto a salvar vidas o incrementarían las muertes. En segundo lugar, porque tampoco tengo datos ni conocimientos, no sé los efectos,  a medio y largo plazo,  que este envío de armas podría traer consigo: efectos políticos, sociales o que afecten a las defensa de la vida y de los derechos de las personas

A mí,  que en tantas cosas vivo recostado en la duda, en esta ocasión la duda me atormenta y, en consecuencia, me inclino por respetar la decisión que se tome siempre que se haga de buena fe, con diálogo y debate democráticos y con la premura que se requiere.

Mil dudas de guerra y, en cambio,  una certeza de paz.

De enviar armas dudo, pero no tengo duda alguna de que se pueden y se deben enviar muchísimas otras cosas sobre las que son una necesidad urgente y perentoria para los ciudadanos de Ucrania: toda la ayuda humanitaria y sanitaria que se pueda. Esto sí salva vidas, apoya el ejercicio de derechos fundamentales, evita sufrimientos y solo tiene efectos muy positivos en las gentes y en los pueblos a corto, medio y largo plazo. Como tampoco tengo duda alguna que se deban abrir todas las fronteras a todos los refugiados. Pero a todos.  A los Ucranianos y a todos los demás. No tengo dudas, aunque ello nos suponga sacrificios y mermas  en nuestra calidad de vida. Aquí todo son certezas. Puede que laboriosas o incómodas, pero certezas.

No sé tampoco si aquí es aplicable aquello de “in dubio pro reo”. Me pega que no y sigo dudando.  Me descubrí alegrándome de no tener que tomar yo una decisión y me avergüenzo un tanto de esta alegría. Por eso he de esforzarme en empatizar con quien tenga que tomarla.

 

 

 

 

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