Dicen que Epicuro pensaba que, para ser dichoso, es necesario vencer el dolor, el miedo a los dioses y el miedo a la muerte.  Porque los dioses, de ser, son tan absolutamente otros que no se preocupan para nada de nuestras peripecias y, por tanto, no tiene sentido temerlos; y, en cuanto a la muerte, mientras vivimos ella no ha llegado y, cuando llega, ya no estamos. Y el dolor se vence con el gozo, el placer y la alegría: “Y todo placer es un bien en la medida que tiene por compañera a la naturaleza”.

Mila venció el miedo a los dioses porque tenía la misma preocupación por ellos que la que tenían ellos por ella. Venció al dolor porque supo encontrar, cada día, cada hora y cada minuto, el gozo, la alegría y el placer en el bien, en la belleza y en el amor a los suyos.

Y, cuando la muerte llegó, Mila ya no estaba.

Mila se había ido con toda dignidad, con la cabeza alta, bella, sin dolor, serena y plácidamente, dejando huellas tangibles y reconocibles de la dicha que generosamente proporcionó a propios y ajenos.

Siempre celebraremos la vida de Mila.

 

 

 

 

 

 

 

 

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