Parece ser ya un lugar común eso de que el “Covid-19 no distingue entre ricos y pobres” y, en consecuencia afecta por igual a todos. Hay verdad en ello pues el virus, por sí mismo, no se para distinguir, pero todo lo demás sí y por, lo tanto, no hay verdad en que la enfermedad afecte por igual a todos. El Covid-19 no es igual para todos ni a la hora de prevenirlo, ni a la de contraerlo, ni a la de curarlo o no curarlo. No es lo mismo, por ejemplo, confinarse en la suite que utiliza la Presidenta de Madrid que hacerlo en un apartamento de 40 metros cuadrados; no estás igualmente expuesto al contagio si vives en una urbanización de viviendas unifamiliares o en un barrio de aluvión o de chabolismo vertical; no es lo mismo curarse en un hospital público español que en uno marroquí, por ir un poco menos cerca. La brecha de las diferencias y desigualdades económicas, sociales o de género, la situación de precariedad o de pobreza o, como en el caso de los sanitarios y otros oficios, las condiciones de trabajo nos hacen muy diferentes para poder prevenir, contraer o curar la enfermedad o, incluso, para morir de ella. El Covid-19 ni es igual para todos ni nos iguala.

Por eso, utilizar la pandemia como pretexto o coartada para aparcar o incluso atenuar políticas y gestiones destinadas a superar la pobreza, la precariedad o las brechas sociales y de género es de un cinismo repugnante porque, entre otras cosas, son estos problemas los que, en el fondo, más ayudan a la expansión y a la virulencia de la enfermedad. Y lo saben.

Como bien demuestra la foto de LILA, ni siquiera la lluvia es igual para todos.

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