Hace años asistí al impactante espectáculo de la salida de El Cachorro de su basílica del Santísimo Cristo de la Expiación (que es este en realidad el Cachorro) en el sevillano barrio de Triana. La belleza, tensión y emoción colectiva del momento me hizo pensar en una suerte de síndrome de Stendal colectivo.

Hay quien piensa que, en realidad, hay una sola religión que emerge en el mundo animista y se diversifica en diversos mitos, congregaciones, ritos, especulaciones teológicas, mandatos morales y jerarquías   diversas a lo largo del tiempo y del espacio, de la historia y de la geografía.

Dicen que decía Pio Baroja que los españoles siempre andamos detrás de los curas “unas veces con un cirio y otras con un palo”, pero creo que esto puede decirse prácticamente de todos los pueblos.  Aunque, seguramente nosotros procesionamos o perseguimos más que otros.

De hecho estas procesiones de Semana Santa,  están fundamentalmente “capitalizadas” y controladas por la Jerarquía de la Iglesia  Católica y, al mismo tiempo, ligadas a intereses muy diversos: religiosos, lúdicos, catequéticos, folclóricos, identitarios, tradicionales, estéticos, culturales, ideológicos y siempre económicos: basta pensar en el turismo, el comercio, la hostelería y en tantas actividades influidas.

Lo  cierto es que las procesiones de hoy son celebraciones  heredadas de nuestras religiones politeístas originarias, que el cristianismo asumió o vampirizó, como tantos otros ritos, incorporándolas a su liturgia. Son un  vestigio cultural, religioso  y festivo de nuestras primigenias creencias y a mí me parece este su principal valor.

Nuestras procesiones vienen de la antigua Grecia: de las procesiones al Oráculo de Delfos para escuchar los augurios enigmáticos de la Pitia en el Templo de Apolo o de las Panateneas que rendían culto a Atenéa, la Diosa de la sabiduría y de las artes; o vienen de Roma: de las Lupercales, de las Cerealias y de tantas otras.

A mí el cristianismo me parece el menos monoteísta de los monoteísmos. Es un monoteísmo imperfecto o  un politeísmo moderado. Así veo el enrevesado dogma trinitario: como una concesión al politeísmo para alcanzar el poder. Las procesiones de semana santa son, quizá, la mejor muestra de este politeísmo que subyace en el cristianismo y, muy especialmente, en el catolicismo. Cristos y vírgenes, percibidos y sentidos como distintos y diferentes por los fieles, vienen a ser los dioses y diosas que, todavía muchos, adoran y veneran con pasión, digan lo que digan los teólogos o la misma Roma.

Los monoteísmos son excluyentes y tienden a destruirse unos a otros, porque las religiones del “otro” siempre son falsas. Los politeísmos suelen ser más diversos e integradores, pero no están exentos del fanatismo. La mejor garantía, a la corta y a la larga, de conservar estos vestigios culturales, que deben incluirse y tratarse políticamente como patrimonio histórico-artístico, material o inmaterial, es el laicismo civil y civilizado de los Estados y de las instituciones públicas porque, respetando las diversas creencias individuales y comunitarias, salvaguardan los derechos de todas las personas y las libertades de pensamiento y opinión.

 

 

 

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