Por ley, los militares españoles han de ser neutrales políticamente y, por ello, tienen prohibida la afiliación a cualquier partido político. Sin embargo, los partidos de la derecha y de la extrema derecha, sin afiliarlos formalmente, siempre han tratado de cultivar apoyos, afinidades políticas y coincidencias ideológicas con los militares y las las fuerzas de orden público, especialmente con los mandos. Creo que estas aproximaciones y afinidades son innegables.
Si observamos los contenidos políticos de las proclamas que se utilizan cada vez que hay ruido do de sables, como en la última “asonada” de jubilados y reservistas, siempre se destacan las mismas o similares cosas: la fidelidad incondicional y ciega al Rey y a la corona, como los del ¡Viva Lalín con razón o sen ela!”, fidelidad expresamente esgrimida al dirigirse al monarca en calidad de jefe supremo de las fuerzas armadas solicitando su intervención; la denuncia de un presunto peligro social-comunista y filoterrorista, que hace ilegítimo al Gobierno, por mucho que haya sido resultado de unas elecciones democráticas; la amenaza de la ruptura y desintegración de España, promovida por nacionalistas e independentistas; y la urgencia de promover los valores patrios puestos en peligro.
Son prácticamente los mismos contenidos políticos que esgrimen, un día sí y otro también, VOX, la actual cúpula y una parte muy notable del PP e incluso buena parte de Cs, por mucho que se hayan reclamado como partido de la nueva política. Basta ver la defensa incondicional que éstos hacen del Emérito, denostado por síntomas evidentes de corrupción, los continuos intentos de deslegitimación del Gobierno o la invocación constante al terrorismo etarra ya inexistente. Cabe recordar, por ejemplo, aquel esperpéntico discurso de Casado que propuso incorporar la expresión “¡Viva el Rey” a las conversaciones habituales de la gente en “la calle o en el bar”. Sería como aquel habitual “gracias a Dios” con que se subrayaba cualquier acontecimiento positivo. “Aprobé las oposiciones, ¡Viva el Rey!” o “Estoy muy bien, gracias, ¡Viva el Rey”.
Son estas coincidencias de fondo las que hacen que muchos piensen que, ante la “asonada” militaroide y el ruido de sables fláccidos de estos días, el Rey Felipe debiera pronunciarse para que nadie concluya que “el que calla otorga”. Afirmación que solo tiene validez lógica si “el que calla otorga in favorabilibus”. Es decir, que solo se otorga realmente si, lo que se calla favorece, al que calla y no cuando lo perjudica. Pero como, las proclamas de los “insurrectos” esgrimen contenidos y son presentadas como favorables a los intereses objetivos de la Corona y del Rey, si Felipe VI se calla puede deducirse, con legitimidad lógica, que otorga. Por ello el Rey debe rechazar expresamente lo que los “insurrectos” reclaman y dejar muy claro que nada de lo que hacen y dicen le favorece.
Y yo creo, además, que el Rey no debiera esperar a hacer la clásica insinuación ambigua y un tanto genérica en el discurso de Navidad, aunque solo sea porque este marco ha perdido mucho peso, prestigio e incluso dignidad por el uso torcido que de él hizo su antecesor, hoy en entredicho.