Estamos en horas de reflexión religiosa y por mí no va a quedar. Meditaré sobre Perseo, semidios de una de nuestras maravillosas religiones primigenias.

Perseo era hijo de Danae y de Zeus, un pichabrava como todo el mundo sabe, el cual, para fecundarla, tuvo que convertirse en lluvia de oro y colarse en el sótano donde la joven estaba recluida por su padre, precisamente para que nadie la preñara. Pero Dios es Dios y nada prevalece sobre su divina voluntad. Nació, pues, Perseo y ya mozo, cuando participaba en un banquete con un tal Polidectes que, a la sazón, era el nuevo novio de su madre, se marcó un farol con esa audacia y temeridad propia de la inmadurez juvenil. A grito pelado proclamó que él seria capaz de traerle al anfitrión como regalo la cabeza de la Medusa. El reto no era moco de pavo porque la tal Medusa era un terrible monstruo que vivía con otras dos hermanas, Esteno y Euríale, a las que llamaban las Gorgonas. La Medusa, concretamente, tenía como cabello serpientes venenosas y sus ojos, que eran ígneos como ascuas, petrificaban literalmente a quien los miraba.

Polidectes, que quería deshacerse del hijo de su novia, cogió la palabra a Perseo y aceptó el farol, colocando al osado joven en una muy problemática situación. Menos mal que Atenea, la Diosa de la sabiduría y de la destreza, y Hermes, mensajero de los Dioses y Dios del viento y de los viajes, decidieron echar una mano al muchacho.

Las Grayas, que eran tres deidades viejas que contaban con un solo ojo y un solo diente para las tres, contaron a Perseo donde habitaban las ninfas que tenían las armas con las que poder vencer a Medusa. Las ninfas dieron a Perseo instrucciones, un casco que lo hacía invisible, un escudo bruñido para que el joven pudiera ver al monstruo sin mirarle a los ojos y un zurrón adecuado para guardar sin peligro la cabeza de Medusa. Así pertrechado, Perseo le arrancó la cabeza a Medusa y, agradecido, en lugar de llevársela al retorcido Polidectes, se la regaló a la Diosa Atenea, su protecora, para que la pusiera en su escudo.

LILA captó el Perseo de Benvenuto Cellini, que se yergue, bellísimo, en la Loggia de la Signoría de Florencia y, enfervorizada, recreó aquí o NOSO PERSEO para alimento de nuestra fe autóctona… y es que la cuarentena da para mucho.

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