Lo peor de aquellos tediosos rosarios en familia, en los dorados tiempos grises de nacionalcatolicismo, no era el rosario mismo, sino la cadena de padrenuestros que la abuela rezaba, al final, pidiendo a Dios por todos y cada uno de los familiares, vivos y difuntos, y para impetrar protección de todos los males, enfermedades y penurias que nos amenazaban. Aquello no tenía fin, nos mataba de aburrimiento y nuestras nalgas jóvenes se removían, machacadas, sobre el duro taburete frente a la lumbre.

Si el rosario era antes de cenar, también nos torturaba el hambre que no veía llegar nunca el amén final y liberador. Todo el mundo respiraba aliviado cuando  se enunciaba la petición del que era siempre el último padre nuestro: “Para que el Señor nos libre de la Justicia”, entonaba la abuela. Aquello significaba el fin de la tortura y el umbral de la cena te hacía la boca agua.

Nunca la gente del común, avisada por la experiencia, tuvo buena opinión de la Justicia, quizá porque comprobó demasiadas veces en su vida que tan altiva dama veía muy bien, a pesar de la venda, quien era el rico y quien era el pobre que se sometía a su veredicto y observó como la balanza casi siempre se inclinaba de un lado.  “Tengas pleitos y los ganes” era la maldición gitana, un pueblo buen conocedor de la Justicia de este país.

Seguramente, por este descrédito general y tan profundo, los Jueces se revisten, en sus ceremonias judiciales, de togas negras y puñetas blancas: una parafernalia religiosa y sagrada y, por tanto, intocable. Y, a mayores, siempre tienen a mano el apoyo de la fuerza. Todo esto no les garantiza la “autóritas”, que es una condición que no se impone sino que se gana; pero sí les asegura la tremenda “potestas” que precisan para que sus decisiones no puedan tener más respuesta que el acatamiento.

Hoy, a pesar de la democracia, de la ilustración y del conocimiento (todo ello presuntamente), la percepción que la gente tiene de la Justicia no es mejor que la que tenían nuestros devotos ancestros, tal como nos vienen demostrando laboriosos estudios y encuestas. Con más información que la personal experiencia, hoy la gente se ha percatado de que la Justicia en nuestro país se ha destapado el ojo derecho para ver el color de los pensamientos y puede utilizar el paladar para degustar el sabor frío de la venganza.

Si a esto le añadimos que la renovación del poder judicial se hace con el viejo cambio de cromos del bipartidismo, que pone en almoneda la independencia de la Justicia y que ni siquiera se guardan las apariencias, la cosa está como para hincharse a padrenuestros o, mas probablemente, para correrlos a gorrazos, que hoy la gente no te es de mucho rezar. Yo lo voy viendo así.

 

 

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