Que el primer ministro portugués haya salido a defender a España en la UE, le hubiera gustado mucho a Saramago, que siempre fue iberista. Y es que los poetas suelen estar siempre en el origen de las identidades nacionales o supranacionales. Saramago que, por cierto, está de actualidad por su profético y clarividente «Ensayo sobre la ceguera», que reflexiona sobre una pandemia como la que vivimos; Saramago, digo, enlaza con aquellos iberistas del siglo XIX que soñaron en la unión política de España y Portugal. Lo que vendría a ser el proyecto de una República Confederal Ibérica. Si esto estuviese hoy sobre la mesa y en la agenda política como gran objetivo común de los pueblos, naciones, regiones o lo que sean de la península, seguramente problemas y conflictos que hoy nos atormentan se diluirían en la complejidad de un proceso que, como mínimo, conseguiría que un sueño pasara de quimera a utopía. Es decir, de imposible a posible. Y no sería menor el efecto de que, por fin, se resolviese la «dramática» pregunta que nos venimos haciendo desde «el 98»: ¿Qué es España?. Se resolvería, no porque hubiésemos hallado la respuesta nunca encontrada, sino porque dejaríamos de hacernos la eterna pregunta. Todos seríamos Iberia. España también. Para la España plural, plurinacional, poliédrica o polimorfa sería como tirar por elevación para dar en el blanco de una sana, perdurable y más o menos feliz convivencia.

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