Cada “día político” que pasa es más evidente que el único espacio de transversalidad posible y sostenible en la España de hoy es el proyecto de instauración de la República, de la tercera República.

Por mucho que el entramado mediático y el tejido político del poder no quieran hablar de ello y no hagan otra cosa que procrastinar el tema, lo cierto y real es que esta Constitución, en aspectos muy fundamentales está amortizada y, o bien se reforma en profundidad, o bien saltará por los aires en procesos dolorosos y violentos, indeseables, que dejarán demasiadas víctimas. Y esto ya será más pronto que tarde.

Entre la múltiples realidades políticas, sociales y económicas que exigen la reforma o el cambio constitucional, yo quiero destacar dos: los ya con creces consumados recambios generacionales, que suponen una realidad política y social del país muy distinta a la que dio origen a nuestra Carta Magna, y el hecho de que el blindaje, hijo del miedo, de que se dotó nuestra Constitución, haciendo extremadamente difícil cualquier reforma seria, anquilosó y momificó nuestra ley fundamental, de tal forma que ha perdido y pierde utilidad política, social y democrática, tras 45 años de vigencia.

Entre los varios e importantes cambios constitucionales a realizar, también quiero destacar dos que veo como más cardinales: Una nueva redacción del texto constitucional desde el necesario criterio feminista de la igualdad de género, -no debemos olvidar que esta Constitución no tuvo madre, solo padres, y que se le nota muchísimo-, y la superación de  esta monarquía “otorgada” que, sin legitimidad de origen, ha perdido también la de ejercicio, con lo que ha llegado el momento de instaurar la República. Un cambio de régimen realizado democráticamente y, objetivamente, de interés para la gran mayoría de la ciudadanía.

La República y la perspectiva de la igualdad de derechos y de oportunidades entre las mujeres y los hombres son los marcos  generales y amplios  donde ha de labrarse la transversalidad y la unidad de todos los demócratas, porque aquí pueden confluir los intereses, plurales y diversos, pero democráticamente articulados, de las mayorías cívicas. Real y objetivamente solo quedarían fuera los extremismos neofascistas de todo pelaje, que son muy pocos, aunque los voten ahora demasiado.

Los partidos genuinamente democráticos, no debieran aplazar más la reforma constitucional porque, sabiendo lo que saben, aplazar sería procrastinar y esto es ya muy arriesgado para la convivencia y la paz políticas.

Las izquierdas, por su parte, si levantan ya la bandera de la República  y de la igualdad, es decir, de la República con rostro de mujer, acertarán y podrán comprobar la madurez y la disponibilidad de la sociedad  para el cambio, porque cada día más gente sabe ya que ésta es la única posibilidad de salir, con bien y pacíficamente,  del impasse político y de la frustración colectiva que duran ya demasiado y que están carcomiendo nuestra convivencia y calentando el caldo de cultivo  de los fascismos.

Yo lo veo así.

 

 

 

 

 

 

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