En el Congreso del PP en Sevilla no hubo debate, ni doctrinal o ideológico ni sobre un proyecto programático. Fue solo un mecanismo de reajuste del poder interno, decidido a la búlgara, tras una crisis brutal en el seno de un partido corrompido y donde salió derrotada la fracción que, cuando menos, alardeó de investigar presuntas actividades corruptas.

La ausencia de los debates citados indica claramente dos cosas: Primero,  que no se aprovechó la ocasión para depurar al partido de la corrupción, que pervierte a la organización y a muchos de sus cuadros y militantes y defrauda a los votantes y afiliados de buena fe; y segundo, que ni siquiera se intentó la refundación o, al menos, una renovación en toda regla del partido, que tan útil y necesaria   resultaría  para los conservadores, democristianos y liberales españoles, auténticamente demócratas. Esta franja de la ciudadanía española sigue sin un partido que los represente dignamente con claridad meridiana.

Todo este cirio, montado por Casado y Ayuso, con su cainita confrontación, sirvió, únicamente, también para dos cosas: Primero, para la recuperación del poder para las viejas baronías del PP que, debido a la sangrienta batalla  entre la Cospedal y la Soraya, lo habían perdido en el XIX Congreso, colándose en medio de las dos Casado, que encabezó una dirección, de inspiración “aznarista”, tan bisoña como inclinada a la derecha más radical; y segundo, sirvió  para ofrecer a Núñez Feijoó su esperada y trabajada oportunidad de saltar a la “política nacional”, con el objetivo de llegar a la presidencia del Gobierno.

Feijoó en la reciente y feroz batalla interna, apoyó a la Ayuso, señalada en su propio partido  por corrupción, para defenestrar a Casado, presuntamente recto en este lance, y hacer así que perdiera Pablo  la codiciada silla, fíjate tú, precisamente en Sevilla. Pero D, Alberto, ya en sus primeros movimientos como jefe del partido, parece que trata  desmarcarse de la madrileña y de sus atrabiliarias soflamas. Es como si tratara de dejarle claro que, aunque “Madrid fuese España dentro de España”, España nunca será Madrid, y menos con España dentro.

Pero que se cuide muy mucho Feijoó, porque Ayuso es como las Erinias: como Alecto, Tisífone o Megera, que no reconocen la autoridad de ningún Dios del Olimpo y su querencia es la venganza y el ajuste de cuentas. Y si, como parece claro, que Feijoó solo alcanzaría el poder  pactando con la extrema derecha, no está libre de que sea precisamente Isabel Ayuso con quien, de una u otra forma, tenga que contemporizar  o incluso pactar. También es verdad que cabe la nefasta posibilidad de la tan soñada “gran coalición”, que reduciría a escombros la democracia española pero, en ese caso, lo más probable es que Feijoó no fuese nunca Presidente del Gobierno.

El de el PP no fue realmente un Congreso de partido, sino el rito de un cambio de guardia en el  templo de Ápate y Dolos, dioses de la corrupción, del fraude y de la mentira.

Solo son distintos los collares.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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