El fallo de la sentencia, que inhabilita Torra, me dio la impresión de desmedido, disparatado, carente de la imprescindible sindéresis, que viene a ser la capacidad natural de juzgar rectamente. Ni se me ocurre analizar o criticar la sentencia  o sentencias consecutivas porque no las leí, porque no pienso leerlas y porque, aunque las leyese, no me veo con capacidad técnica de desmenuzarlas para rebatirlas o no. Simplemente expreso mi impresión ante el fallo. Impresión que es personal, pero que, veo, es compartida por  personas que considero sensatas, moderadas y, ellas sí, con sindéresis.

Supongo que la sentencia estará debidamente razonada con argumentos jurídicos contundentes, bien fundamentados  y seguramente alambicados pero, que visto el fallo, concluirías como Cicerón que “summun jus, summa injuria”. La impresión es que la pena impuesta es desmesurada y lleva dentro, de facto, una carga política inconfesada e inconfesable en este caso y además el pretexto parece un simple “quítame allá esas pajas”, utilizado a fondo como se utilizan los casos belli.

Esta impresión, como digo compartida, nos lleva a hacer comparaciones odiosas y técnicamente inadecuadas seguramente, pero ética y políticamente coherentes y oportunas. Si por desobedecer una orden de retirar una pancarta te cargas al presidente de un Gobierno legal y legítimo, que no habría que hacer, y no se hizo, cuando otros presidentes de otros gobiernos hicieron esto y lo otro.

Uno se malicia de que hay gente que se empeña en alimentar el independentismo y que les pasa lo que a algunos les pasa con el franquismo, es decir, que contra el separatismo viven mejor. Y no digo esto por los jueces, que por algunos también, sino por sus palmeros sobre todo. Ahora Torra, no será virgen, pero ya es mártir.

Solo es una impresión, un sentir, una percepción elemental, pero creo que bastante  y crecientemente compartida.

 

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