Desde instancias oficiales y públicas (el Gobierno, los partidos todos, entidades corporativas, etc.) se ha dado en llamar “guerra” a esta epidemia o pandemia y se hizo habitual emplear un lenguaje bélico en los medios de comunicación. ¿Hay alguna intencionalidad política en no llamar a la cosa por su nombre? Debe haberla, porque de lo contrario, recurrir insistentemente a esta especie de hipérbole castrense, desde estas instancias y en un asunto como este, sería cínico o, cuando menos, frívolo. Por tanto, alguna intención política, pedagógica(¿), logística o moral habrá. Veremos cual y también veremos si resulta confesable.

Los jinetes del Apocalipsis todos son nefastos, pero conviene distinguirlos porque no se afrontan de igual modo. No es lo mismo la Conquista que el Hambre o la Peste que la Guerra.

Por si se empeñan y se acaba imponiendo llamar guerra a la peste, conviene saber: Que, en la guerra, la primera víctima es la verdad, que suele justificarse lo injustificable, que la guerra suele durar mucho más de lo que se prevé cuando se declara y que en la guerra siempre pierden los mismos: las mayorías sociales, lo inocentes, los más desposeídos, las mujeres, los niños, los ancianos, en fin, pierden, sobre todo aquellos de los que Elena Poniatoswka se enorgullece: “Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos”

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