Una ovación de 8 minutos acogió la reaparición de Plácido Domingo en el Auditorio de Madrid tras su ausencia, provocada por las acusaciones de acoso sexual, presuntamente ejercido por el cantante contra compañeras y subordinadas. Acusaciones declaradas creíbles por la Ópera de los Ángeles y asumidas como probadas por el Sindicato operístico y de artistas musicales de EE.UU., tras lo cual el propio Plácido Domingo pidió disculpas, reconociendo que tuvo un “comportamiento inapropiado”.

La gran ovación de 8 minutos no se produjo después de la actuación del cantante, sino antes de empezar el concierto, por lo que se hizo evidente que no se celebró la actuación del artista que, por cierto, en esta ocasión tampoco fue muy allá, sino que el aplauso tuvo un evidente carácter de reparación y de desagravio por el castigo y el reproche, de momento solo sociales, impuestos al cantante por su “comportamiento inapropiado” de acoso sexual.

Aplaudieron más de 1600 personas: el aforo permitido. En su inmensa mayoría pertenecientes a las capas altas de la sociedad madrileña. Es decir, una muy amplia representación de la llamada high life o pijerío madrileño y sus lacayos, bajo la batuta de su lideresa, la Sra. Ayuso, que también recibió una gran ovación a su llegada al Auditorio. Como la Reina en el Teatro Real, vamos.

Los que aplaudieron no es que estén a favor del acoso o de la agresión sexual, así en general. No. Simplemente no se creen las denuncias de las víctimas, o  les  restan importancia porque creen que fueron juegos consentidos; las niegan tajantemente o creen que Plácido Domingo es “un Señor”, como dijo Ainoa Arteta, y por tanto ante “un caballero” no cabe reproche. Y este es el quid de la cuestión y por ello desagravian al artista con sus palmas de reparación y convierten en víctima al victimario.

Son gentes que se saben pertenecientes a una élite social que no puede ni debe ser tratada igual que las mayorías, no pueden estar sometidas de la misma forma a las mismas normas, no pueden recibir los mismos reproches que las gentes del común. Así lo sienten, lo confiesen o no. Para ellos no es lo mismo, ni reviste la misma gravedad la agresión, sexual o no,  a un igual, a un superior o a un inferior  y el conflicto ha de dirimirse teniendo en cuenta la situación de cada cual y su relevancia social. Porque en el fondo de sus “almas”,  sobre todo en relación con las llamadas relaciones carnales, sigue muy vivos, aunque subyacentes, ancestrales “derechos sagrados” como aquel “ius primae noctis”, que tanto contribuía a mantener el “orden natural establecido”. Este, creo yo, es el telón nostálgico de fondo que enmarcó estos bochornosos aplausos del auditorio.

Estas naturales diferencias son las que detectaba un conspicuo magistrado, entre un roba-gallinas y ese delincuente de guante blanco, que hasta nos puede caer bien y hacer gracia. No se va a tratar igual a ese roba-gallinas que, por ejemplo, a nuestro Rey Emérito, que jamás robó una gallina y todo el mundo lo sabe. Por eso no se hace.

Fue ésta del Auditorio de Madrid, pues, una de las ovaciones mas ominosas y execrables de nuestra historia reciente, casi tanto como a aquella otra, de todos los diputados del PP puestos en pie aullando y aplaudiendo la decisión del Gobierno de participar en la Guerra de Irak, “porque Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva que nos amenazaban de muerte”.

Pasa que todavía hay clases. Y esto es cierto.

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